Por Manuel Rodríguez Yagüe
Tras las explosiones de Hiroshima
y Nagasaki, los científicos redoblaron su oposición, ahora de forma pública. El
Boletín de los Científicos Atómicos,
con su impresionante portada de las manecillas de un reloj aproximándose a la
medianoche (más tarde recuperada por Alan Moore para Watchmen) pudo verse por primera vez en diciembre de 1945. El best-seller Un mundo o ninguno se editó en marzo de 1946: consistía en un
conjunto de ensayos que subrayaban el abismo entre los científicos y los
militares involucrados en el Proyecto
Manhattan. Mientras Truman y Stalin se dedicaban a dividir el mundo en
bloques geopolíticos y zonas de influencia, Oppenheimer apeló al internacionalismo de la Ciencia, «la fraternidad de hombres de ciencia por
todo el mundo», como un modelo para la sociedad global post-nuclear. The Way Out, de Albert Einstein, fue
todavía más claro, proponiendo que una organización supranacional dotada de su
propio ejército impidiera a los estados individuales entrar en guerra.
El primer editorial de Campbell
sobre Hiroshima no apareció hasta noviembre de 1945 debido a los retrasos
propios del negocio (correcciones, imprenta, distribución…), pero en el mismo
afirmaba: «La Civilización… ha muerto.
Ahora estamos en el interregno».
En diciembre de 1945, Campbell
publicó una parte sustancial del Informe Smyth, el documento
gubernamental sobre la investigación nuclear norteamericana dado a conocer tras
la rendición de Japón y la primera vez que el mundo —incluidos los propios
investigadores del Proyecto Manhattan— tuvo una visión global de la cuestión. A
medida que la paranoia de la Guerra Fría se intensificaba, el Informe Smyth fue a veces considerado
como un acto de sabotaje de elementos liberales «infiltrados» en el Proyecto,
simpatizantes del naciente sentimiento entre la comunidad científica a favor de
la desclasificación de todos los secretos atómicos.
Durante todo el año 1945 e
incluso antes del inicio de las pruebas atómicas, los científicos del Proyecto Manhattan promovieron una serie
de campañas encaminadas a impedir el uso de la bomba. El Informe Franck, un
documento secreto firmado por los principales investigadores del Proyecto, fue enviado al presidente
Truman en junio de 1945. En él, informaban al Ejecutivo de que no había defensa posible contra las armas atómicas
y advertían de la necesidad de alcanzar un acuerdo internacional efectivo que
limitara una carrera armamentística potencialmente letal para toda la humanidad. Trataron de hacer
comprender al Ejército y al Gobierno la imposibilidad de mantener en
secreto un descubrimiento científico y predijeron con acierto que en diez años
Francia, Inglaterra y Rusia contarían con la bomba. El Informe Franck proponía un control internacional de todos los
materiales nucleares por funcionarios de las Naciones Unidas.

El manifiesto más impactante, sin
embargo, fue el informe de PhilipMorrison desde el punto cero de
Hiroshima. Morrison había trabajado en Los Álamos y recibió el encargo del Departamento de Defensa de estudiar los
efectos de la bomba atómica sobre Japón. Para hacer su exposición más gráfica,
extrapoló la situación imaginando una detonación en el centro de Manhattan.
Morrison describió, con gráfico detalle, tanto la devastación inicial como la
lenta muerte por envenenamiento radioactivo. «La historia no es real sólo por una cosa», decía: «Las bombas no llegarán ya nunca, como en
Japón, de una en una o de dos en dos. Llegarán de a cientos, incluso de a
miles».
Joseph Campbell demostró su
proximidad ideológica a los científicos del Proyecto
Manhattan en los meses inmediatamente posteriores a la guerra. En enero de
1946, afirmó que «el secreto de la bomba
atómica no es americano, ni angloamericano, es un secreto de la Naturaleza, y la Naturaleza es una bocazas». Predijo que «dentro
de unos cinco años, veremos que todas las naciones industrializadas de la
Tierra estarán ya adecuadamente equipadas (atómicamente) ». En junio de
1946, cuando Truman decidió otorgar el control del programa nuclear a los
militares en lugar de a los científicos, Campbell criticó la engañosa ilusión
del secreto. Aconsejó a los lectores de Astounding
la lectura del Informe Smyth: «No hay excusa para que un aficionado a la
ciencia ficción obvie el documento más importante en toda la historia de la humanidad.
Haceos con él». Desde comienzos de 1947, la revista empezó a dedicar más
espacio a artículos de no ficción sobre la energía nuclear e incluso contrató a
ingenieros como Willy Ley, que trabajó para el programa alemán de cohetes antes
de huir a Estados Unidos, asqueado por la política nazi, como colaboradores.
A diferencia de otros editores y
periodistas, Campbell no cayó en la histeria cuando se descubrió que la Unión
Soviética estaba realizando pruebas atómicas en 1949: «La naturaleza no es nacionalista», afirmó, desviando la atención,
otra vez con acierto, hacia la psicología inherente al nuevo escenario militar,
en el que ya no era necesario coger un arma y marchar al frente, sino apretar
un simple botón. Para Campbell, la era atómica requería una psicología fuerte y
muy especial. «Llevamos la delantera en
la producción de armas atómicas. Pero nuestra producción de mentes que aprieten
botones es pequeña y desganada». Fue esa creencia la que, probablemente,
contribuyó a acercarle a la Dianética
de L. Ron Hubbard tan sólo cinco meses después.
A pesar de que a menudo es
calificado de figura autoritaria,
durante ese crítico periodo Cambpell abrió las páginas de Astounding a una pluralidad de voces. Animó a sus escritores a
empaparse de las bases de la física nuclear e investigar en sus ficciones, bajo
un punto de vista objetivo, los posibles escenarios resultantes de la
aplicación práctica de esa energía. Bajo su égida, Robert Heinlein y Lester Del
Rey ofrecieron algunas clarividentes reflexiones sobre el impacto sociológico y
psicológico de la ciencia atómica.
Astounding dominó, prácticamente en solitario, el campo de la CF
desde 1937 hasta finales de los cuarenta. Su éxito animó a otras editoriales a
publicar revistas que trataban de imitarla. La prometedora y colorida Marvel Science Stories apareció en los
quioscos en 1938, seguida poco después por Startling
Stories. Sólo en 1939, aparecieron Science
Fiction and Future Fiction, Dynamic
Science Stories y Super Science
Stories. Fantastic Adventures
apareció como revista complementaria de Amazing Stories y la lista se
completaba con Astonishing Stories, Comet Stories, Cosmic Stories o Stirring
Science Stories.
Pero ninguna de ellas pudo
hacerle sombra, como demuestra un sencillo dato: cuando en 1946 se publicó la
primera antología de historias de ciencia ficción, Adventures in Time and Space, compiladas por Raymond Healy y J.
Francis McComas; 32 de sus 35 narraciones habían aparecido por primera vez en
las páginas de Astounding. Las
revistas que sobrevivieron a las restricciones de papel durante la Segunda
Guerra Mundial se alimentaban de lo que Cambpell rechazaba, contratando a
escritores cuyos gustos y estilos no coincidían con los de Campbell, reeditando
material viejo o manteniendo la ya agotada tradición de la aventura
interplanetaria apoyada en conocidos clichés.
Ese periodo de gloria duró hasta
que en 1949 apareció The Magazine of
Fantasy and Science Fiction, editada por Anthony Boucher y J. Francis McComas;
y un año después, en 1950, Galaxy Science
Fiction, supervisada por H.L. Gold. Ambas, partiendo del mismo ideario que
había sustentado el éxito de Campbell, consiguieron atraer su propio grupo de
fieles lectores y escritores arrebatando a Astounding
su supremacía absoluta.
Aquel ideario había incluido, por
supuesto, la fascinación por la ciencia y la tecnología cultivada por el decano
de los editores de ciencia ficción, Hugo Gernsback. Pero, como dijimos, había
sabido expandirse para abarcar ciencias «blandas» como la sociología o la
antropología, trasladando el paradigma científico propio del género hasta ese
momento, desde un enfoque darwiniano a uno centrado en la física. Campbell cogió la fe de Gernsback en la prevalencia de la
razón sobre la emoción y la moldeó para subrayar el método científico y el
poder de la mente.
«El objeto de la ciencia ficción es predecir las posibles tendencias
del futuro», declaró Campbell. No sonaba muy diferente a Gernsback, quien
había anunciado orgulloso el lema para Amazing
Stories, más de una década atrás: «Ficción
extravagante hoy, fríos hechos mañana». Otra cosa que compartían ambos editores
era su creencia en que la ciencia ficción debía estar estrechamente vinculada a
la ciencia. Cuando en 1960 Campbell consiguió, por fin, su sueño de eliminar la
palabra Astounding del título de la
revista y rebautizarla como Analog
Science Fiction and Fact (como parte de una tendencia que llevó a otras
revistas a abandonar sus altisonantes denominaciones a favor de otras como Omni o Interzone), su razonamiento revelaba claramente que, para él, la
ciencia ficción era, de hecho, una especie de ciencia.
Después de explicar en el
editorial que «una analogía es un sistema
que se comporta de manera similar a algún otro pero de forma menos variable,
por lo que resulta más fácil y conveniente para su estudio», Campbell
continuaba: «La ciencia ficción es,
estricta y literalmente, análoga a los hechos científicos. Es un sistema
análogo a la ciencia, adecuado para reflexionar sobre nuevas ideas científicas,
sociales y económicas y reexaminar las viejas». Aunque subrayando la
importancia de la ciencia en la ciencia ficción, Campbell también insistía en
que la «historia humana» debe ser lo más importante, tal y como expuso en un
simposio organizado por Lloyd Arthur Eschbach en 1947:
«En la antigua ciencia ficción predominaban la Máquina y la Gran Idea.
Los lectores modernos —y, por tanto, los editores— no quieren eso; quieren
historias de gente que vivan en un mundo donde una Gran Idea o una serie de ellas, y una Máquina o máquinas, conforman el fondo. Es el
hombre, no la Idea ni la Máquina, lo que resulta esencial (…) En la antigua
ciencia ficción —H.G.Wells y casi todas las historias anteriores a 1935—, el
autor dedicaba tiempo a poner al lector en situación de lo que había sucedido
antes de que comenzara la acción propiamente dicha. Los mejores autores
modernos de ciencia ficción han ideado algunos métodos excelentes para
presentar gran cantidad de información sobre el contexto de la historia sin
interferir en su desarrollo».
Así, bajo la guía de Campbell,
las historias de Astounding dedicaron
más atención a la sociología y la psicología del futuro (o del pasado) que a
las descripciones detalladas de gadgets
tecnológicos y nuevos principios físicos. «Una
idea es importante sólo en tanto y en cuanto afecta a la gente y cómo ésta
reacciona ante ella», avisaba a sus escritores. «Ya sea una idea social, política o mecánica, queremos a gente
vinculada a ella y por ella». Subrayó la importancia de un «análisis paciente y detallado» y del «estilo»: «algo seis escalones más tenue y una décima parte más indefinido que un
fantasma y que, sin embargo, marca la diferencia entre una historia del tipo:
“una buena idea, qué lástima que no sepa escribir”, o un gran éxito».
Asimov dividía la ciencia ficción
en tres grandes categorías: CF de aventuras; CF basada en los gadgets y CF social. La subdivisión que
él encontraba «socialmente significativa»
(y el tipo que él mismo escribía) es, por supuesto, la última, «esa rama de la literatura que se interesa
por el impacto de los avances científicos sobre los seres humanos». Según Asimov,
si Hugo Gernsback es el «padre de la
ciencia ficción», entonces Campbell merece el puesto de «padre de la ciencia ficción social».
La evolución editorial de Astounding había pasado de un temprano
formato similar al de los comic books
hasta algo similar a las novelas de tapa blanda. Las páginas tamaño folio y
lujosas portadas dejaron paso a un formato Reader´s
Digest y una presentación menos llamativa. La primera en cambiar su tamaño,
presionada por las restricciones de papel durante la Segunda Guerra Mundial,
fue Astounding. En aquel momento, tal
cambio se interpretó como una pérdida de visibilidad en los expositores, pero a
cambio tuvo el inesperado beneficio de aparentar mayor madurez literaria. Todas
las revistas que aparecieron en los años cincuenta lo hicieron ya en formato Digest, siendo la última en resistirse Amazing Stories. Galaxy Science Fiction, financiada parcialmente por una sólida
firma italiana, Edizione Mondiale,
obtuvo un formato particularmente lujoso y su éxito demostró la viabilidad de
las antologías de relatos y de la ciencia ficción como categoría editorial
independiente.
Sin embargo, en la década de los
sesenta, la era de las revistas de ciencia ficción tocaba a su fin y, con
ellas, los mejores años de Campbell. Buena parte de las obras más relevantes se
publicaban directamente en novela. Por otra parte, la expansión de los valores
que cristalizarían en La Era de Acuario
cantada por los hippies (fomento de
las más variadas supersticiones, la utilización de drogas para alcanzar la
trascendencia, la búsqueda del sentido de la vida, una mayor espiritualidad…)
casaba mal con la óptica racional y tecnológica de Campbell.
Éste se mantuvo como editor de Astounding Science Fiction hasta su
muerte en 1971, pero en su última etapa las cosas se complicaron mucho. Como ya
mencionamos, en 1960 cambió el nombre de la revista a Analog en un intento de ganar respetabilidad y anunciantes de mayor
categoría, pero ello no compensó las tendencias reaccionarias en las que cayó
en sus últimos años. Su fascinación por la Dianética-Cienciología
nubló su prudencia; y aunque siempre había albergado prejuicios raciales y una
actitud antiliberal, ello no había impedido dejar sitio en su revista a autores
de corte humanista, incluso sentimental, como Theodore Sturgeon o Clifford D. Simak.
Pero ahora esos defectos se
exacerbaron hasta rozar el fanatismo. Se convirtió en un personaje de trato
difícil, lo cual repercutió en la capacidad de la publicación para ajustarse a
los nuevos tiempos. Lo que antaño había sido espíritu de innovación ahora se
transformó en una rigidez que espantó a nuevos autores de gran interés, algunos
de los cuales iniciaron un fértil movimiento cuyas bases se oponían
frontalmente a la ciencia ficción propugnada por Cambpell: la New Wave. Así, aunque Analog siguió publicando material de
buena calidad, ya no volvió a ser motor de cambio alguno, especialmente cuando
a partir de los años ochenta el centro popular de la ciencia ficción abandonó
el mundo literario para situarse en el ámbito visual propio del cine y la
televisión.
Ben Bova sustituyó a Campbell
como editor tras la muerte de éste. Bova había trabajado como escritor científico
de unos laboratorios de investigación, por lo que era perfectamente consciente
de la diferencia entre ciencia y ficción. Pero la revista de la que se había
hecho cargo necesitaba un cambio urgente. Poco a poco al principio, con más
soltura después, relajó la política editorial para dar cabida a una amplia
variedad de historias, escogiendo a autores de mayor empaque literario, como
Joe Haldeman. Eso sí, nunca abandonó la establecida preferencia de Campbell por
la rigurosidad científica, haciendo de Analog
el refugio de aquellos lectores y escritores particularmente afines a la
ciencia ficción dura.
Analog floreció bajo la dirección de Ben Bova y es justo decir que
fue él quien salvó a la revista del declive y la cancelación. Su buen juicio y
pericia editorial le hicieron merecedor de seis Premios Hugo al Mejor Editor
(categoría establecida por primera vez en 1973). Dimitió de su cargo en 1978
para dirigir la más elegante Omni,
siendo sucedido por Stanley Schmidt, quien introdujo de forma regular artículos
científicos y de no ficción, como críticas de libros y recomendaciones,
abandonó la serialización de novelas a favor de los cuentos y novelas cortas y
trató de no limitarse al campo de la ciencia ficción dura. De hecho, en 1999
dejó clara su postura al respecto:
«Últimamente he venido diciendo que me gustaría que el término
ciencia ficción dura desapareciese. Hay
demasiada gente que lo utiliza para referirse a algo mucho más limitado de lo
que yo entiendo por ello… la ciencia ficción es, sencillamente, ficción en la
que algún elemento especulativo juega un papel tan esencial e integral que no
puede eliminarse sin hacer que la historia se colapse, y sobre el que el autor
ha realizado un esfuerzo razonable para alcanzar la mayor plausibilidad
posible. Cualquier cosa que no cumpla esas condiciones, no es ciencia ficción
en lo que a mi concierte, así que no hay necesidad de separar un término como ciencia
ficción dura de otros tipos de ciencia
ficción».
Con ello, Schmidt quería
desprenderse de la carga que sobre los editores y escritores imponen las
categorías establecidas por el marketing
y la distribución. Schmidt fue nominado todos los años al Premio Hugo al mejor editor desde 1980 hasta 2006.
En 2012, ocupó el puesto de editor
Trevor Quachri. Y es que Analog sigue
publicándose hoy, lo que la convierte en la revista de ciencia ficción más
veterana del medio —y una de las más antiguas del mercado editorial en general,
sin la salvedad del género—. Es cierto, sin embargo, que la circulación ha
caído sustancialmente, pero solo en su formato físico. Como el buen heraldo de
la ciencia ficción dura que sigue siendo, Analog
se apoya principalmente en su página web, tanto como soporte de lectura como
vía a través de la cual recibir aportaciones de los autores.
Con ochenta y cinco años a sus
espaldas, Analog es ya hoy una
institución dentro del género. Y ello se lo debe, sin duda alguna, a Joseph W. Campbell.
Sus méritos y defectos siguen siendo objeto de arduos y encendidos debates.
Pero sobre lo que el consenso es universal es que la Edad de Oro y su
consecuencia, la ciencia ficción moderna,
fueron el testamento a su pericia editorial, su amor por el género y su
inquebrantable fe en su potencial.
Originalmente publicado en Un universo de Ciencia Ficción
Muy buen artículo!
ResponderEliminarLa Analog es una de mis revistas favoritas y después de todo este tiempo no defrauda.
Me pasé por tu blog, muy interesante también.
Saludos
Gracias por tu comentario. Eres bienvenido siempre que quieras.
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