Astounding Science Fiction / Analog (1937-... ) parte 1 de 2

Por Manuel Rodríguez Yagüe

La mayor parte de las revistas pulp norteamericanas de los años treinta, mal escritas, compuestas a toda prisa y sin demasiadas exigencias en cuanto al material que ofrecían, han envejecido mal. Hoy se han convertido en páginas escaneadas disponibles por internet u objetos de coleccionismo para algunos aficionados muy particulares. Son objetos de una era que se contempla remota y solo sus maravillosas portadas, a cargo de artistas de la talla de Frank R.Paul, Wesso o Virgil Finlay, siguen aguantando el paso del tiempo. Astounding Science Fiction fue la excepción.

Amazing Stories, como ya vimos, fue la primera revista pulp especializada en ciencia ficción. Y durante algunos años, no tuvo un auténtico rival. Ni escritores ni editores sabían muy bien cómo abordar ese nuevo género más allá de repetir hasta la saciedad unos clichés rápidamente establecidos y razonablemente bien aceptados por parte de unos lectores que aún no habían conocido otra cosa. Las dos ramas en que se podían entonces clasificar los relatos eran los fantacientíficos de gente como Edgar Rice Burroughs y Abraham Merritt y los rigurosos —y aburridos— que seguían las pautas marcadas por Hugo Gernsback en Amazing.

Las dificultades financieras que a mediados de los años treinta asediaron a la revista Amazing Stories, fundada por Hugo Gernsback en 1926, coincidieron con el ascenso de una nueva cabecera, Astounding Stories. Ésta había comenzado su andadura en enero de 1930 bajo la batuta editorial de Harry Bates y su orientación principal era la de la aventura rápida, directa y sencilla, repleta de emoción, suspense y exotismo. La especulación científica tenía cabida, sí, pero sólo cuando contribuyera al desarrollo de la historia.

Astounding era, pues, un pulp de aventuras melodramáticas. Pero lo que pronto la distanció de su competidora Amazing fue el dinero. Gernsback siempre anduvo al borde del colapso financiero y su fama de tacaño y mal pagador no contribuyó a atraer precisamente a aquellos autores cuya popularidad les permitía encontrar acomodo en otra cabecera, como Edgar Rice Burroughs, H.P.Lovecraft o E.E. «Doc» Smith. Astounding Stories, por el contrario, ofrecía tarifas por palabra mucho más sustanciosas y, por tanto, no tardó en atraer a los mejores escritores, más que dispuestos a ajustar sus estilos al desenfadado y rápido tono pulp de aquella con tal de cobrar bien y a tiempo. Así, con más dinero, Astounding pudo contar con mejores creadores y, por tanto, ofrecer mejor material. No puede extrañar que acabara desbancando a Amazing como principal revista del género.

En 1933, las labores editoriales recayeron en el veterano F. Orlin Tremaine, quien estableció que cada número incluiría al menos una historia con una nueva idea o la aproximación distinta a una vieja. Aunque pocas de las historias de entonces siguen siendo válidas hoy —como, por ejemplo, Sideways in Time, de Murray Leinster, uno de los primeros relatos sobre universos paralelos—, esta política significó uno de los primeros reconocimientos por parte de un editor de que el potencial del género podría residir más en su contenido especulativo que en servir de simple plataforma para cuentos de acción o aburridas lecciones científicas.

En 1937, el panorama experimentó un giro radical cuando John Wood Campbell, que a la sazón contaba 27 años, sustituyó tras cincuenta números de Astounding a F. Orlin Tremaine como editor jefe de la cabecera, cargo que ostentó durante treinta y cuatro años (hasta 1971), un record en la industria de las revistas populares. Dio entonces comienzo el periodo popularmente conocido como Edad de Oro de la Ciencia Ficción que —de forma general, se entiende—, transcurrió entre 1939 y 1943. Fue quizá el momento más importante en la historia del género, ya que vio la aparición y consolidación de muchos de los escritores clásicos que, a su vez, servirían de inspiración e influencia para lectores y otros autores. No solo eso: Campbell fue quien impuso un tono sobrio y verosímil que calaría hondo en los aficionados. Es probable que en ello jugara un papel el efecto que sobre el espíritu nacional tuvo la Segunda Guerra Mundial, pero el factor clave fue, sin duda, la visión y dedicación de Campbell, una de las figuras más importantes de la ciencia ficción.

Antes de asumir el puesto, Cambpell había sido —en primer lugar— un aficionado que dio el salto hacia la escritura profesional a través de relatos cortos, principalmente space operas, publicados en Amazing Stories y Astounding Stories. Hemos visto en la entrada dedicada a uno de sus relatos, La Última Evolución, algunos datos sobre esa, su primera etapa. Sin embargo, fue otro cuento suyo el que más atención atrajo: Quién Anda Ahí, en el que cuenta la aventura de un grupo de investigadores en la Antártida que encuentran una nave alienígena estrellada y su peligroso ocupante. Prueba de la fascinación que siempre ha ejercido esa idea es que la novela ha sido llevada a la pantalla tres veces (1951, 1982 y 2011), por no hablar de su influencia sobre otras obras, como Alien, el octavo pasajero.

Pero fue en su faceta como editor que Joseph Campbell ejerció una influencia que nadie habría podido adivinar a tenor de su trayectoria previa. Cuando Isaac Asimov le preguntó por qué abandonó la escritura para hacerse editor, él respondió que de esta forma intervendría creativamente en cientos de historias en lugar de limitarse a sus propias creaciones. Poco más de un año después de ocupar el puesto, ya había cambiado el nombre de la revista: la leyenda Astounding Stories de las portadas había sido sustituida por Astounding Science Fiction, un cambio de título que hallaría inmediato y claro reflejo en su contenido.

Desde 1939 a 1943, Astounding Science Fiction ofreció algunos de los mejores cuentos y novelas serializadas de toda la historia de la CF. Robert A. Heinlein desarrolló en sus páginas su Historia del futuro, fuertemente influenciada por las ideas de Campbell; E.E. «Doc» Smith trasladaría aquí su saga de Los hombres de La Lente. Otros debuts literarios clave serían los de Theodore Sturgeon, A.E. Van Vogt, Lester Del Rey, Henry Kuttner, L. Sprague de Camp, Hal Clement, Frank Herbert… a veces firmando con seudónimos, una manera eficaz de cambiar el estilo literario. También hallaron cabida interesantes obras de otros escritores cuya carrera había comenzando con anterioridad a la llegada de Campbell, como Isaac Asimov (que publicó aquí las historias de robots y la Fundación), Clifford D. Simak o Jack Williamson. Campbell los apoyó y animó en todo momento, procurando que elevaran el estándar de la CF mediante ágiles narraciones que no descuidaran el estilo, la coherencia ni la reflexión. De todos ellos iremos hablando individualmente en futuras entradas.

Campbell dirigió la obra de todos sus autores de una forma muy clara y activa, presionándolos para revisar una y otra vez los escritos y mejorar su nivel literario, revisándolos él mismo para su publicación definitiva sin pedir el consentimiento de aquéllos o, sencillamente, rechazando los trabajos que no se ajustaran a su platónica idea de lo que debía ser la ciencia ficción.

¿Y cuál era esa idea?

Campbell consideraba a sus lectores como «hombres maduros, conocedores de la tecnología», casi una élite que podía ser agente de cambio en la historia de la ciencia si recibían la inspiración y los conocimientos adecuados. Por tanto, insistió a sus autores para que abandonaran cualquier referencia al misticismo en favor de razonamientos lógicos y verosímiles, fuera cual fuese la idea central de sus relatos. A menudo se le recuerda gritando: «¡Si no puedes hacerlo posible, hazlo lógico! ¡Si no puedes investigarlo, extrapólalo! ». Pedía historias en las que los protagonistas resolvieran problemas o vencieran a enemigos haciendo uso de su ingenio y sus conocimientos tecnológicos, pero nunca se debía hacer abandonando la plausibilidad científica. Todo debía subordinarse a la lógica, a lo verosímil, y eso le llevó a distanciarse radicalmente de las tópicas historias sobre alienígenas tan habituales en las revistas de la época. En sus propias palabras:

«En la ciencia ficción “de monstruos de ojos saltones” hay dos temas estándar que pueden ser rechazados rápidamente. Los alienígenas no van a invadir la Tierra y criar seres humanos como alimento. Es un buen fondo para una historia de terror o fantasía, pero su economía sería un desastre. Se necesitan aproximadamente diez años para “producir” 45 kilos de carne humana y el coste de alimentarla durante ese periodo sería elevadísimo. La carne de vacuno es más razonable —aunque arruinaría el espíritu terrorífico del relato—.

»Y eso, naturalmente, asumiendo la improbable proposición de que el metabolismo alienígena pudiera tolerar las proteínas terrestres. Si pudieran, claro, sería mucho más sencillo escoger a los nativos, adaptados a las condiciones planetarias, para que criaran ellos al ganado. Resultaría más barato que tratar de hacerlo ellos mismos. Además, a esos nativos se les podría pagar con baratijas como diamantes industriales o pequeños y cutres generadores de campos de fuerza (…).

»Y luego está el viejo tema de ir de pillaje a la Tierra y llevarse a sus “más bellas hijas” como objetos sexuales a algún planeta alienígena. Es un motivo posible… si defines “bellas” adecuadamente. Si resulta que los extraterrestres proceden de un planeta algo más denso que el nuestro, las correrías para apropiarse de “las hijas más bellas de la Tierra” pueden resultar muy gravosas para la población de gorilas. Tampoco se dice nada de las capacidades intelectuales de las “bellas”; una encantadora y joven dama gorila pasaría la prueba… si el ojo que debe examinarlas es ligeramente distinto al nuestro. Y, obviamente, esos encargados de los harenes interestelares no estarían interesados en la descendencia: no podría darse ninguna».

Abundando en ello, Cambpell exigía a sus autores que considerasen las implicaciones sociológicas y psicológicas de la tecnología futurista que imaginaban, aportando de esta manera una innovadora profundidad y madurez a las historias.

Un ejemplo de este enfoque lo encontramos en las historias de la Fundación escritas y serializadas originalmente en los años cuarenta por Isaac Asimov. En la primera de ellas, Fundación (1942), se presenta a Hari Sheldon, el institutor de una élite de intelectuales cuya misión consistirá en prevenir la próxima Edad Oscura. Sheldon es un experto en psicohistoria, una disciplina basada en la estadística capaz de predecir el inminente derrumbe del Imperio galáctico, pero también dar con la solución para paliar sus efectos. Según esa disciplina «científica», los grandes grupos de personas se comportan de forma tan predecible como las moléculas de un fluido. No se puede pronosticar el movimiento de ninguna molécula individual, pero sí —con bastante precisión— el del conjunto de todas ellas. Esta fe en la capacidad predictiva de las ciencias sociales llevó tanto a Asimov como a otros colegas a considerar más seriamente la dinámica social, escribiendo historias en las que la política, la religión, la economía y otros aspectos propios de la vida humana comunitaria tenían más importancia que la tecnología, por mucho que ésta hubiera influido en aquéllos. El resultado fue una forma de ciencia ficción más rica y profunda que las aventuras supercientíficas de décadas anteriores.

El intento de aplicar principios científicos al funcionamiento de la mente humana tuvo resultados más irregulares. Entremezclados con sobrias historias sobre la ley natural y complejas especulaciones acerca de tendencias sociales, Astounding incluyó muchos relatos relacionados con la telepatía y otras formas de percepción extrasensorial. Campbell consideraba estos poderes «psi» como una especulación científica tan válida como la vida alienígena o la ingeniería de vuelo espacial.

Uno de sus escritores favoritos especializados en este subgénero fue A.E.Van Vogt, quien, paradójicamente, era la antítesis de lo que Campbell defendía. En lugar de escribir el tipo de historias científicamente rigurosas que el editor exigía a Heinlein o Asimov, Van Vogt ofrecía narraciones que bordeaban lo onírico sobre superhombres psíquicos ocultos entre la gente normal, tales como su personaje Jommy Cross, protagonista de la enormemente popular Slan (1940). La ficción de Van Vogt era enérgica y vívida, pero desde luego no coherente, rigurosa ni lógica. Sus protagonistas se asemejaban a héroes de cuentos fantásticos más que a los eficientes ingenieros que tanto gustaban a Heinlein. Sus mentores no se diferenciaban tanto de los brujos de la literatura de fantasía y sus poderes psíquicos eran el equivalente a los anillos de poder o las capas de invisibilidad.

Otro escritor cuya CF tendía a disolverse en la fantasía fue L. Ron Hubbard, colaborador habitual y muy apreciado por los lectores tanto en Astounding como en Unknown, otra revista dirigida por Campbell aunque centrada en la Fantasía. Hubbard es hoy más conocido por ser el fundador de una teoría psicológica, la Dianética, que luego evolucionó hacia una religión, la Cienciología. Ambas se caracterizaban por la creencia en que los poderes ocultos en nuestro cerebro podían transformarnos en superhombres psíquicos, tema éste que dominaba sus relatos. Van Vogt, se hizo seguidor de las ideas de Hubbard, como también, hasta cierto punto, el propio Joseph Campbell. Éste, aunque escribió editoriales elogiosos sobre la Dianética, consiguió mantener vivo un sano escepticismo religioso que le impidió abrazar incondicionalmente la Cienciología.

Aunque las ideas de Campbell sobre la ciencia a menudo parecían confundir «la magia que funciona» con la magia pura y simple, a la hora de crear futuros de ficción verosímiles demostró un excelente ojo y una firme dirección editorial. Exigió a sus escritores que retrataran el futuro como si sus lectores fueran ciudadanos de ese mismo futuro, esto es, sin detenerse a explicar cada detalle, dejando que la narración fluyera ágilmente y permitiendo que el sentido de lo maravilloso invadiera al lector emanando desde la propia historia. Robert A. Heinlein demostró ser un maestro en esta técnica; a diferencia de la mayoría de los escritores pioneros del género, Heinlein no sentía necesidad alguna de explicar la tecnología que se ocultaba tras el nombre de este o aquel aparato, o las actitudes sociales hacia la tecnología. Gracias a su pericia narrativa, los lectores eran capaces de llenar por sí mismos esos huecos.

La creación de personajes creíbles y diferenciados, alejados de los tópicos repetidos hasta la saciedad en el pulp, fue otra de las exigencias de Campbell. Insistió en que los personajes debían ser tan creíbles como aquellos sobre los que podía leerse en publicaciones «serias» como el Saturday Evening Post. Asimov resumió así la forma en que Campbell había liberado a la CF de sus limitaciones en este aspecto: «En primer y más destacado lugar, retiró la relevancia de lo no humano, lo no social. La ciencia ficción se convirtió en algo más que una batalla personal entre el héroe puro y el malvado villano. Los científicos locos, el sabio viejo y gruñón, la bella hija de éste, la sosa amenaza alienígena, el robot al estilo del monstruo de Frankenstein… todos fueron descartados. En su lugar, Campbell quería hombres de negocios, tripulantes de naves espaciales, jóvenes ingenieros, amas de casa, robots que fueran máquinas lógicas…».

Los autores respondieron de forma entusiasta a tales requerimientos y aunque, inevitablemente, fueron ahuyentados a algunos lectores ya habituados al tono aventurero de la antigua revista, convirtieron a Astounding Science Fiction en la indiscutible referencia del género.

La Edad de Oro vio la consolidación de muchos de los conceptos que la ciencia ficción había ido introduciendo de forma dispersa a lo largo de las décadas anteriores así como la creación de otros nuevos. Los autores tomaron las ideas de los primeros pulps y luego las transformaron en algo nuevo y emocionante. La ciencia se convirtió en parte integral de muchas de las historias y aquellos escritores desarrollaron sus relatos a partir de teorías científicas que en el momento resultaban novedosas y sugerentes. De hecho, algunos de ellos eran auténticos científicos (Asimov, E.E. «Doc» Smith o el propio Campbell, por ejemplo). Fue entonces cuando surgió lo que hoy conocemos como ciencia ficción dura (hard), una forma del género apoyada en la verdadera ciencia y que pasaría a dominar el tono de la revista.

Es difícil cuantificar el efecto global que Campbell tuvo en el género. Muchos autores le citan como fuente no sólo de una nueva ciencia ficción, más inteligente y meditada, sino como fuente directa de muchas de las ideas en las que basaron sus narraciones. Asimov, por ejemplo, nunca ha ocultado que fue Campbell quien le dio la idea tanto para su clásico relato Anochecer como para las Tres leyes de la robótica que se convirtieron en la base de su saga de los Robots. Theodore Sturgeon recordaba la forma en que el editor desafiaba a sus escritores: «Escríbeme una historia sobre un hombre que morirá en 24 horas a menos que pueda responder a esta pregunta: “¿Cómo sabes si estás cuerdo?”» o «Prepárame un relato sobre una criatura que piensa tan bien como un hombre, pero no de la misma forma que un humano».

Un ejemplo de la aplicación de las ideas de Campbell y su forma de influir en las historias lo encontramos en un polémico relato publicado en 1954, Las frías ecuaciones, escrito por Tom Godwin aunque fuertemente moldeado por su editor. El protagonista es el piloto de un transbordador espacial en misión de rescate que descubre por el camino a una joven atrapada en su propia nave. Las leyes de la física hacían que la náufraga no pudiera ser rescatada, pero la misión original aún puede culminarse con éxito si el piloto sacrifica a la mujer. En el curso de la historia, el piloto trata de encontrar una alternativa que permita salvarla, pero Campbell insistió en que el autor y su personaje jugaran según las reglas: cuando la joven se entera de los hechos, acepta la inevitabilidad de las «frías ecuaciones» del título y abre la esclusa al vacío. El piloto completa su misión aunque no salva a la chica. Es un final rápido, coherente y plausible que reafirma los valores propugnados por la élite tecnológica que Campbell quería inspirar. Para Campbell, el universo no favorece los finales felices sólo porque a nosotros nos resulten agradables

Hubo otras claves en el éxito de la revista, claves que no fueron inventadas por Campbell, sino que las copió de la fórmula ya ensayada por Hugo Gernsback en Amazing Stories: los editoriales de tono informal, los anuncios (de publicaciones científicas, cursos por correspondencia, cuchillas de afeitar, métodos de culturismo o venta de aparatos de radio por piezas) y, sobre todo, la sección de correo del lector, bautizada Brass Tacks (Tachuelas de latón). Algunos de los fans que escribían a la revista demostraban tener un especial conocimiento del género, su historia y posibilidades. Los debates que mantuvieron a través de la revista representaron el primer intento de construir una teoría y crítica especializada de la ciencia ficción. Algunos de los aficionados que escribieron a la sección de correo de los lectores se convertirían más adelante en reputados escritores, como John Beynon Harris (más conocido como John Wyndham) o Isaac Asimov. Al apoyar la colaboración de los lectores, Campbell —como Gernsback antes que él— fomentó un sentimiento de fraternidad entre éstos.

Hasta la llegada de Campbell, la CF había avanzado de forma insegura, incluso extravagante, nunca sintiéndose del todo cómoda al mezclar lo lúdico con lo científico, lo emocionante con lo riguroso. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias para todo el planeta, marcaron el comienzo de una nueva etapa de madurez del género, consolidándolo en forma de hongos atómicos.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945, Campbell siempre relacionó la validez de su trabajo con la precisión predictiva de las historias que publicaba. Ya en 1939, había escrito un editorial en Astounding en el que se detallaban todos los descubrimientos en el campo de la física nuclear. Pero, para él, la energía atómica era menos un arma potencial que una fuente de energía barata que permitiría hacer realidad muchos de los relatos de ciencia ficción con que habían soñado los aficionados de los años treinta. Sentía que había un paralelismo no casual entre el comienzo de la era atómica y la emergencia de la ciencia ficción como género popular.

Efectivamente, entre 1944 y 1946, a raíz del desarrollo de la energía nuclear y la invención de la bomba atómica, Campbell consiguió una asombrosa permeabilidad entre su revista de ficción y el mundo científico (gracias a la bomba atómica). En marzo de 1944, un grupo de oficiales de contrainteligencia del Ejército estadounidense registraron las oficinas de Astounding Science Fiction. Su misión era descubrir posibles filtraciones de seguridad. La sospecha había surgido a partir de la publcación de un cuento sobre el desarrollo de la bomba atómica, Deadline, de Cleve Cartmill.

Aquella anécdota entró a formar parte de la mitología de la ciencia ficción cuando Campbell reveló, más adelante, que los agentes del gobierno pasaron por alto el gran mapa colgado en la pared en el que aparecían señalados, con llamativas chinchetas rojas, los suscriptores de la publicación. Un abultado grupo de ellos se localizaba en el apartado de correos 1663, Santa Fe, Nuevo México, sede del Proyecto Manhattan, en el que los más brillantes científicos del momento desarrollaban en secreto la bomba atómica. El cuartel general de contrainteligencia habría caído igualmente en la histeria si se hubieran enterado de que Wernher von Braun, diseñador de las V1 y V2 nazis, era uno de los suscriptores, importando una copia de la revista a Alemania todos los meses mientras duró la guerra.

Fue un episodio chocante, divertido, que figura en cualquier historia de la ciencia ficción. Pero lo que se esconde tras él es más serio. Fue una demostración de que la ciencia ficción no consistía solamente en cuentos fantásticos e imposibles. Había predicho el advenimiento de las armas nucleares; la existencia del Proyecto Manhattan, ese montaje conspirador de sabios y militares, había venido anunciándose de una forma u otra en muchas historias de Astounding junto a la industrialización de la ciencia, el auge del espionaje industrial, la paranoia de los laboratorios de investigación… La ciencia ficción se acercaba cada vez más al mundo real, un fenómeno en el que mucho tuvo que ver la extensión de la energía atómica como arma.

(Ir a la segunda parte)

Originalmente publicado en Un universo de Ciencia Ficción

1 comentario:

  1. Se agradece este artículo. Estas publicaciones fueron la cuna de la imaginación.Fisiones es excelente.

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