1657 - El otro mundo (Cyrano de Bergerac)


En sólo una generación desde Godwin, el viaje interplanetario evolucionó hacia posturas más críticas, ejemplificadas por los trabajos de Cyrano de Bergerac, en los que satirizó los prejuicios, la intolerancia y las creencias de su época. Su obra maestra, las novelas de L´autre Monde —publicadas años después de su muerte—, fueron una protesta secular con base copernicana contra la visión antropocéntrica que, en buena medida, aún pervive entre nosotros.

Cyrano, famoso duelista, satírico y librepensador francés, tuvo una azarosa vida que ha sido inmortalizada por numerosas leyendas románticas, muchas de ellas derivadas de la obra teatral de 1898 escrita por Edmond Rostand. El auténtico Cyrano hacía honor a su fama de imbatible espadachín: parece ser que se batió con la élite de la Guardia Gascona. Perteneciente al círculo de amistades de Molière, era un radical al que le gustaba mostrar su heterodoxia de una forma exhibicionista.

Había estudiado con el filósofo y matemático Pierre Gassendi, cuya vida y obra estuvieron dedicadas a cambiar la percepción que la sociedad tenía de la ciencia. Admirado en su época como un gran comunicador científico, algo tuvo que ver en ello la influencia y reputación de su alumno Cyrano, establecida gracias a la trilogía de L´autre Monde (Otros Mundos): Les États et Empires de la Lune (1657), Les États et Empires du Soleil (1662) y el trabajo perdido La Historia de las Estrellas.

Copérnico, Kepler y Galileo habían sido hombres píos y creyentes. Cyrano era todo lo contrario. El obispo Godwin y John Wilkins creían en la vida fuera de la Tierra como prueba del poder y la majestad de Dios. Pero el enfoque de Cyrano sobre tal asunto era mucho más ateísta. Bajo la influencia de Descartes, eliminó a Dios de los cielos y adoptó la razón como única guía.

Cyrano sintonizó con el carácter de los tiempos que le tocaron vivir, lo que demuestra el enorme éxito que cosecharon sus libros en toda Europa así como la influencia que ejercieron en los trabajos de satíricos como Voltaire o Swift. Los dos primeros volúmenes de su trilogía resultaron tan estridentes para la sensibilidad de la época que las ediciones iniciales hubieron de retocarse para rebajar el tono herético de su contenido.

Y es que Cyrano disfrutaba escandalizando a la Iglesia. Las implicaciones ateístas que acechaban en las esquinas de la nueva ciencia salieron plenamente a la luz en su ciencia ficción. La noción de un Universo favorable a la vida fue despojada de cualquier implicación divina: no daba por sentado que sus mundos debían ser el trabajo de un Creador Supremo. Sus novelas eran un ataque osado y sin precedentes al antropocentrismo, pensado para provocar un profundo desengaño religioso en el creyente.

Una vez más, resulta sorprendente comprobar cómo las implicaciones más militantes de la ciencia encontraron su primera plasmación en la ciencia ficción. La física de Descartes sugería una visión no cristiana de la vida alienígena que el propio sabio se mostraba reacio a discutir en público. En cambio, Cyrano se enfrentaba a la cuestión sin rodeos. Las dos primeras partes de El otro mundo nos hablan de encuentros imaginarios entre hombres y alienígenas. El suyo es un cosmos en el que hay tantos planetas como estrellas. Estos incontables mundos están habitados por seres racionales, un universo bullendo de inteligencia que sirve de escenario sobre el que reflexionar acerca de la incertidumbre de la naturaleza y posición humanas en el cosmos. Los resultados de tales reflexiones constituyen la crítica más ácida de la época sobre la preeminencia de la especie humana y el papel de la religión.

En Los Estados e Imperios de la Luna, el narrador es un hombre llamado Dircona, —anagrama de Cirano— quien como ingenioso medio de propulsión utiliza el rocío embotellado: atando unos recipientes alrededor de su cintura, el vaho, al evaporarse, impulsa a nuestro héroe hacia la Luna. Pero no consigue su objetivo y acaba cayendo a la Tierra, a la colonia francesa del Canadá, establecida por Jacques Cartier tan sólo un siglo antes. Capturado por el virrey, éste le interroga sobre su viaje y la nueva astronomía. Dircona afirma: «Creo que los planetas son mundos que rodean al Sol y que las estrellas inmóviles son también soles, con planetas alrededor». El virrey concluye que el Universo es infinito y que Aristóteles estaba equivocado. Por fin, utilizando fuegos artificiales atados a una máquina, nuestro protagonista consigue—ahora sí— llegar a la Luna.

De acuerdo con Arthur C.Clarke, de Bergerac es el primero en inventar el jet: «Comprendía muy bien que, para llenar el vacío, se atraería una gran cantidad de aire, lo cual impulsó mi caja; y que la corriente, forzada a pasar por un agujero y sin poder llegar hasta el techo, penetraría furiosamente en la máquina generando fuerza hacia arriba». En pocos años, los «espíritus lunares» de Kepler y los gansos salvajes de Godwin que sirvieron de impulsión a sus respectivos viajeros espaciales fueron sustituidos en la ficción por el cohete.

La Luna que se encuentra Dircona es muy similar a la imaginada por Godwin. Poblada por una raza de gigantes que caminan a cuatro patas, reciben con incredulidad al pequeño bípedo caído de «su luna» —nuestra Tierra—. Incluso las bestias selenitas se desplazan a cuatro patas, resaltando de esta manera aún más la absurda apariencia del protagonista. Si los humanos ni siquiera se pueden comparar con las bestias lunares, no digamos ya con los extraterrestres inteligentes.

Como era común en las obras fantásticas de este periodo, la religión no tarda en hacer acto de presencia. El primer encuentro del viajero es con el profeta Elías, quien le revela que el Jardín del Edén fue trasladado de la Tierra a la Luna cuando Adán y Eva fueron expulsados. Esto era un reflejo de la creencia popular en que el Paraíso debía haber estado localizado en la Luna, puesto que de esa manera las aguas del Diluvio Universal no afectaron a los justos que habitaban en él. Sin embargo, cumplido ese trámite conciliador con la Iglesia, pasa acto seguido a ridiculizarla en un largo episodio en el que Dircona reinterpreta cómicamente diversos hechos bíblicos (sugiere, por ejemplo, que la serpiente que tentó a Eva tenía forma de pene), lo que le vale la expulsión del Paraíso por un disgustado Elías. Cyrano rechaza la pretensión de la Iglesia de ser la única custodia de la razón y la inmortalidad. Este episodio sorprende y extraña al lector moderno hasta el punto de que algunas ediciones de la obra han optado por suprimirlo por considerarlo una digresión incomprensible. Lo es si pasamos por alto el contexto social e intelectual en el que fue escrita la obra.

Cyrano no se conformó con eso. Tras narrar la aparición de la vida en el Universo sin la intervención de dios alguno, coloca al racionalismo como la principal característica de la ilustrada cultura lunar, una cultura más avanzada y refinada que la humana: sus miembros se alimentan de aromas y duermen en colchones de flores, utilizan la poesía como moneda y tienen el convencimiento de que las estrellas están habitadas. Interpretan la muerte como la culminación de la vida y la fe humana en Dios como un defecto del raciocinio.

La inferioridad de los humanos es también subrayada en otros episodios. Igual que nosotros enseñamos a los monos, Dircona es adiestrado para actuar y ejecutar trucos y bufonadas para diversión de los selenitas. En un precursor cross-over, se encuentra con Gonsales, el protagonista de la novela de Godwin, a quien los selenitas toman por un babuino, conservándolo en un zoo como una ridícula mascota. De hecho, las conversaciones entre Dircona y Gonsales en el zoo resultan especialmente divertidas para los selenitas. En cuanto empiezan los chismorreos y los rumores que apuntan a que los dos bípedos enjaulados pueden ser «humanos defectuosos», la Iglesia local toma papeles en el asunto y emite un edicto: cualquier comparación de las criaturas terrestres con «hombres» o incluso animales lunares, será considerada una blasfemia.

Dircona es finalmente sometido a juicio acusado de creer que su propio planeta es un mundo, no una «luna». Los selenitas defienden la total insignificancia de la especie humana. De hecho, los bípedos son descritos como loros desplumados carentes de inteligencia. Irónicamente, la decisión del tribunal es declarar a Dircona como «hombre» para que así pueda ser condenado a retractarse públicamente de sus erróneas creencias. Tras una larga comida y una discusión con un nativo sobre religión y cosmología, el protagonista decide que su interlocutor está poseído por un demonio, se agarra a él y vuela de regreso a la Tierra, aterrizando en Italia.

En Los Estados e Imperios del Sol, la especie humana es humillada todavía más. Tras su viaje a la Luna, Dircona se mete en problemas con las conservadoras autoridades. Se escapa de prisión y regresa al espacio gracias a un ingenio que utiliza espejos para reflectar los rayos solares y crear un efecto de levitación. De esta forma, el protagonista viaja durante cuatro meses hacia nuestra estrella. Allí descubre un extraño mundo de intensos colores. El Sol resulta ser un globo de «copos ardientes» y vida vegetal de asombrosa belleza. El viajero encuentra unas criaturas de forma cambiante que se revelan como seres mucho más perfectos que el hombre. Una vez más, Dircona es sometido a juicio. En el capítulo Histoire des Oiseaux (Historia de los Pájaros), se revela al Sol en toda su gloria como la dimensión en la que residen las almas de todas las criaturas del cosmos, el mundo de la Verdad y la Paz, el dominio de los amantes, el territorio de los filósofos pero, sobre todo, es la morada de los pájaros.

Dircona es capturado y juzgado por las aves. Para los sabios e ilustrados pájaros, el hombre es una criatura engañosa y desagradable, que cree que toda la Naturaleza está a su disposición; es un monstruo sin plumas, un instigador de conflictos y un destructor despiadado. En un desesperado intento de engañar a sus jueces, Dircona trata de hacerse pasar por simio, pero los pájaros no muerden el anzuelo y deciden que el hombre es una pesadilla para la vida de la que «todo Estado con una buena policía debería librarse».

El Sol y la Luna de Cyrano son mundos como el nuestro. Los pájaros solares hacen gala de la misma arrogancia que el hombre. También se creen seres supremos, los más racionales e inteligentes del Universo. Y son igual de crueles. Condenan a Dircona a una terrible muerte: ser devorado por moscas, destino del que, no obstante, consigue escapar gracias a la intercesión de un loro al que había liberado algún tiempo antes. Los selenitas, por su parte, tratan a los humanos como monstruos de feria igual que éstos harían con aquéllos si viajaran a la Tierra; se divierten vistiendo a Domingo Gonsales como un mono y, aún así, éste continúa exhibiendo una vanidad absurda cuando afirma que toda la vida en el Universo ha sido creada para que los españoles la dominen.

Las aventuras de Cyrano mezclaban la especulación fantástica con base humanista sobre la naturaleza de la vida con las sensibilidades propias de su época. Lo hizo, eso sí, introduciendo tediosas disquisiciones teológicas. Como género aún en proceso de formación, la CF trataba de equilibrar la ciencia y la religión, las nuevas posibilidades que la primera brindaba a la imaginación con la ansiedad ante la erosión que la segunda estaba experimentando.

Más concretamente, Cyrano volvía sobre la cuestión de la pluralidad de mundos habitados. Los esfuerzos combinados de Kepler, Godwin y de Bergerac consiguieron que todas las cosmologías de ficción importantes desde entonces hayan contemplado la existencia de vida extraterrestre como principio básico, indiscutible y central.

Originalmente publicado en Un universo de Ciencia Ficción

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