La estirpe de las tejedoras


Ilustrado por Txiki González
Ogullosa, miro mi reflejo en el espejo del escaparate. Una buena barriga. Ya estoy de siete meses. Daniel me da la mano y le miro feliz. Aguanta, ya falta menos.

Será mi primer parto y tengo miedo.

Pueden pensar que es normal tener algo de miedo. Pero yo tengo miedo porque sé lo que es parir. Nunca lo he hecho, pero lo recuerdo. Tengo recuerdos precisos de haberlo hecho al menos una veintena de veces, así como vagas pinceladas de haberlo hecho otras tantas veces.

Ahora hay epidural, claro. Pero, aún así, no puedo olvidar aquel parto en 1647, ni tampoco el de 1834, ni tantos otros… madre mía…

Daniel y yo nos fijamos en una madre que se nos cruza con su carro de bebé, antes no nos fijábamos tanto. Daniel no sabe nada de lo mío. Ningún normal sabe nada hasta que se emparenta con nuestra familia. En algún momento tendré que contárselo, pero no sé cómo hacerlo.

En nuestra familia nacemos recordando lo que sabía cada una de nuestras antecesoras hasta que dio a luz a la siguiente antecesora. En mi mente guardo recuerdos que en realidad pertenecen a mi madre, de antes de que me diera a luz a mí. Recuerdo, como si fuera un recuerdo propio, cuando mi madre aprendió a montar en bicicleta, o sus vacaciones de niña en la playa. También albergo otros recuerdos que en realidad pertenecieron a mi abuela, de antes de que diera a luz a mi madre, y también de mi bisabuela, y de muchísimas generaciones más. Cuanto más atrás, más vagos son los recuerdos, claro, pero incluso tengo algunos recuerdos difusos de la época de Trajano o la de Recesvinto.

Por supuesto, esto implica que nacemos conociendo el lenguaje, las matemáticas y muchas cosas más. Pero no se confundan, no cogíamos un lápiz teniendo dos meses de edad y nos poníamos a escribir. Para empezar, aunque sabes hacerlo, lo sabes con otro cuerpo. Desacostumbrarte a dar órdenes con tu cerebro a un cuerpo que no tienes y que en realidad nunca has tenido, el de tu madre (que crees tuyo pues recuerdas cómo utilizarlo), y pasar a usar el tuyo en su lugar, lleva tiempo, mucho tiempo. En esto los bebés normales, que no tienen nada que olvidar, nos llevan la delantera. Así que en nuestra familia los primeros años de vida siempre han sido muy torpes. Teníamos suerte si andábamos con tres años. Utilizar unas cuerdas vocales que desconoces tampoco es fácil. ¿Ustedes saben lo frustrante que es ser un minúsculo muñeco torpe e indefenso, pero a la vez saber todo lo que sabe un adulto, recordar la libertad de acción que tenías en tu vida anterior? Bueno, en realidad no es tu vida anterior, sino la que tenía tu madre, pero cuando eres tan bebé y solo tienes sus recuerdos, te cuesta diferenciar.

Daniel y yo entramos en una tienda de artículos de bebés. Todavía quedan cosas por comprar. Estoy muy ilusionada. No solo con el embarazo, sino también con mi vida. Soy muy feliz con Daniel, estoy muy enamorada. Temo un poco el momento en que tenga que contarle lo de nuestra familia, cuando nazca el bebé. Tengo que hacerlo bien, no quiero perderle.

Cuando naces en nuestra familia, te pasas tus primeros años tratando de adaptarte a tu nuevo cuerpo (en realidad, el único que has tenido nunca) hasta que recuperas la habilidad normal de los niños de tu edad, en torno a los cinco años. Nuestras madres han hecho siempre todo lo posible para que los normales no conozcan nuestra diferencia. En realidad, desde que naces eres plenamente consciente de tu diferencia y del problema que supondría que se conociese, pues lo recuerdas. Por tanto colaboras conscientemente en ocultarlo, pero eso puede no bastar. Cuando los colegios ya eran accesibles para la gente normal, no era buena idea llevarnos a uno. Era difícil reprimir tu impulso de comportarte como un adulto mientras te aburrías escuchando lo que llevabas siglos sabiendo, y si no te reprimías entonces estabas embrujada o algo así. Así que pasábamos nuestra infancia en casa, aprendiendo las cosas nuevas de nuestra época en los libros que nos traían nuestras madres.

Recordar toda la vida de tu madre hasta que te dio a luz a ti te da una extraña posición sobre ella. En mi familia materna nunca nos hemos llevado bien con nuestras madres. Quizás se deba a que conoces sus errores demasiado pronto, lo que te impide llegar a idolatrarla como hacen los demás niños. O quizás se deba a la sensación de que te ha robado tu individualidad al darte su personalidad, sus traumas o sus miedos. Tengo una mala relación con mi madre, igual que mi madre la tuvo con mi abuela, y así sucesivamente en todos los casos, en mayor o menor medida.

Durante decenas de generaciones, todas en mi familia hemos sido hilanderas, tejedoras y costureras, y muy buenas. Con apenas cinco años, adaptadas por fin a nuestros cuerpos y plenamente conocedoras del oficio gracias a nuestros recuerdos, cosíamos y diseñábamos patrones como una oficial experta con cuarenta años más, así que en los viejos tiempos nunca nos ha faltado el sustento. Los telares y las tijeras parecían una prolongación de nuestros cuerpos. Al llegar la industrialización, logramos adaptarnos a los telares mecánicos. No obstante, a partir de entonces las máquinas fueron quitando prestigio a nuestra profesión, más aún durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Ahora las cosas se hacen de manera muy diferente. Todo lo controlan los ordenadores, casi hay que aprender a programar para tejer. Cuando tienes la cabeza tan llena de cosas nada más nacer, aprender cosas radicalmente nuevas es más difícil que si naces sin saber nada, como los demás. Nos cuesta adaptarnos. Los jovencitos que proceden de familias normales, que nacen sin saber nada, son más productivos que la gente de mi familia. Supongo que el desconocimiento hace a la gente más permeable a lo completamente nuevo. Lo que antaño era nuestra ventaja, lleva algunas generaciones siendo un lastre, y cada vez es peor.

Daniel y yo salimos de la tienda tras hacer algunos encargos. Ropa, un portabebé, la silla para el coche… Es increíble la cantidad de trastos que conlleva un nacimiento. Volvemos a casa, estoy algo cansada.

Recuerdo que en el siglo XX, con la llegada de las ecografías, aprendimos por qué tenemos esta extraña habilidad. Cuando una mujer de nuestra familia está embarazada, dentro de ella se forma un conglomerado de nervios especiales que va desde el cerebro de la madre hasta el cerebro del feto pasando a través del cordón umbilical. Parece que, durante todo el embarazo, este conglomerado va trasmitiendo los impulsos mentales de la madre al feto. Así, el feto va recibiendo los pensamientos de la madre y sus recuerdos.

¿Por qué la evolución ideó semejante mutación caprichosa en nuestra familia? O, mejor dicho, ¿por qué prosperó semejante experimento del azar evolutivo? Creo que la trayectoria laboral de nuestra familia lo explica. El oficio de tejer sufrió pocos cambios significativos durante siglos, así que tener toda la experiencia de tu madre desde el mismo nacimiento suponía una ventaja competitiva. Con apenas cinco años éramos muy buenas en nuestro oficio, mejores que las más expertas, así que nunca pasamos hambre y nuestros hijos crecieron sanos. Nuestro gen especial prosperó. Conozco a otras familias como nosotros, que también llevan su diferencia en secreto, dedicadas desde hace siglos a la cerámica o la cestería. Pero, igual que para nosotros, la llegada de la industrialización y de todo lo que vino después fue demoledora para ellos. Tenemos todos demasiados conocimientos de serie como para poder aprender con claridad otros completamente nuevos. En este mundo tan cambiante, el conocimiento de nuestros ancestros es inútil, es un lastre que los de mi familia deben, con gran esfuerzo por su parte, reemplazar por conocimientos nuevos. Ahora es mejor olvidar entre cada generación y la siguiente. Ahora es mejor que los bebés sean ignorantes. Los normales están mejor adaptados que nosotros.

A veces Daniel y yo hablamos ilusionados durante largo rato sobre cómo criaremos a nuestro bebé. Entonces se me ocurre que podría contárselo todo en ese mismo momento, sin esperar al parto. Pero luego no me salen las palabras y decido esperar. ¿Cómo se lo tomará? Muchos normales se lo han tomado bien, lo recuerdo. Le quiero tanto…

Es difícil llevar una vida completamente normal cuando sabes que cada cosa que hagas será conocida por tus hijos, los cuales podrán usar tus recuerdos para reprocharte tus malos actos en cada discusión que tengas con ellos. En nuestra familia nunca decimos a nuestros hijos que sean responsables. Si lo haces, inmediatamente repasarán contigo todas las locuras que tú hiciste de joven, que recuerdan como si las hubieran hecho ellos mismos.

Para los chicos de nuestra familia todo es diferente, claro. Saben que sus hijos no recordarán sus recuerdos: aunque propaguen el gen a sus hijos, la madre de sus hijos no tendrá ningún conglomerado de nervios para trasmitir ningún recuerdo al recién nacido, así que el nuevo niño nacerá como cualquier niño normal, sin saber nada de nada. Es más, aunque la madre fuera una de los nuestros, una de los que son como nosotros, trasmitiría a su bebé sus recuerdos, no los del padre. Así que los chicos de nuestra familia son los únicos verdaderamente libres. Saben que lo que hagan se quedará en ellos.

Por fin hemos llegado a casa, qué ganas tenía de tumbarme en el sofá. Daniel se ha puesto a hacer la cena.

* * *

Ha llegado el momento, he roto aguas. Llegamos al hospital en apenas media hora. Ando con torpeza y me ponen en una camilla. Parece que he dilatado bastante. Me ponen la epidural (bendita sea).

Unas horas después, llega el momento. Daniel entra conmigo al quirófano.

Por fin sales, preciosa. Te ponen en mi pecho y lloro de alegría.

El médico corta el cordón umbilical, y entonces todo se vuelve negro en mi cabeza.

¡No veo nada! ¿Qué está ocurriendo?

* * *

No entiendo nada de lo que veo. Lloro.

Ahora comprendo. Soy mi hija.

Durante todo este tiempo creía que era mi madre, pues tenía sus pensamientos y sus recuerdos que me llegaban a través del cordón umbilical. Por eso no me di cuenta.

Maldita sea, soy un bebé que no sabe hablar, ni moverse, ni siquiera ver. Es muy frustrante. Lloro. Eso sí sé hacerlo. Lloro mucho.

En mi familia nunca recordamos los periodos de bebé de nuestras antecesoras, así que no sabía nada sobre esto. Yo también olvidaré este día y la mayoría de los de los próximos dos o tres años. Asimilar este nuevo cuerpo mío será muy duro, así que muchas de mis conexiones mentales cambiarán en los próximos meses y olvidaré los hechos concretos de esta etapa, igual que hacen los bebés normales por motivos no demasiado diferentes. Por eso nunca hemos podido recordar cómo es esto.

Me ha pillado completamente por sorpresa. Era todo tan real…

¡Daniel! ¡Amor mío! ¿Dónde estás?

Maldita sea, estoy enamorada de mi padre. Estoy celosa.

Creo que odio a mi madre.

Originalmente publicado en Historias tras salir del Mundo Ciénaga

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