La Golden Age

Por Iván Guevara

La llamada Edad de Oro de la literatura de ciencia ficción es —por consenso académico— el periodo comprendido entre 1938 y 1950, al que siguió la Edad de Plata (1951-1965). Muchos opinamos, sin embargo, que no hay una ruptura clara al haber permanecido en actividad la mayoría de los autores importantes durante gran parte de ambas épocas y que, por tanto, esos 28 años (1938-1965) forman parte del mismo periodo al que denominamos Edad de Oro (en inglés, Golden Age).

Fue en 1938 que Orlan B. Tremaine dejó su trabajo como editor de la revista Astounding Science Fiction (luego Analog, fundada en 1930) y nombró a John Wood Campbell Jr. como su sucesor. Campbell tuvo la culpa del gran cambio que se produjo en el género a partir de ese momento, dejando de lado las Space Opera y similares subgéneros —de gran popularidad en la época—, para desplazarse hacia temáticas más adultas cuya evolución final es la ciencia ficción tal como la conocemos hoy en día.

Autores de calidad como Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Arthur C. Clarke o Philip K. Dick surgieron bajo el ala protectora de Campbell, consiguiendo que el género abandonase paulatinamente el gueto de los pulps —con sus monstruos verdes, insectos gigantes y mujeres voluptuosas en las portadas— y adquiriese su propia identidad.

Nuevos temas, nuevos autores con mayor calidad literaria y un tratamiento riguroso de la ciencia fueron el sello de Campbell, que recibió una reacción favorable por parte del público, convirtiendo a Astounding en líder absoluta de sus contemporáneas.

Campbell descubrió y cultivó más de dos generaciones de nuevos escritores (algunos de ellos jovencísimos fans) que estaban llamados a convertirse en auténticas estrellas del género. Además de los arriba mencionados, el denominado Círculo de Campbell contó con talentos de la talla de A. E. Van Vogt, Clifford D. Simak, L. Sprague de Camp, Lester del Rey y Theodore Sturgeon. En los años '50s se inclinó también por escritores de ciencia ficción hard, como Hal Clement, Poul Anderson, John Brunner, Brian W. Aldiss o Robert Silverberg.

Sus detractores —propios y ajenos a su Círculo— lo han acusado de imponer su propia visión del género a los autores de la revista que dirigía. Así, rechazó a escritores que no consideraba lo suficientemente científicos en sus planteamientos. El de Ray Bradbury es el más famoso de estos casos. Su amigo y colaborador Isaac Asimov dijo a este respecto:

«A Campbell le gustaban los relatos en que los seres humanos se proclamaban superiores a otras inteligencias, aunque éstas se encontraran más avanzadas tecnológicamente. [...] Sin embargo, a veces me asaltaba la desagradable idea de que esta actitud reflejaba los sentimientos de Campbell a escala, más pequeña, de la Tierra. Me dio la impresión de que aceptaba la superioridad natural de los norteamericanos sobre el resto de la humanidad, y parecía presumir de que los americanos procedían del noroeste de Europa. No puedo decir que Campbell fuera racista en ningún mal sentido de la palabra. [...] No obstante, daba por hecho que el estereotipo de blanco nórdico era el verdadero representante del Hombre Explorador, del Hombre Intrépido, o del Hombre Victorioso.»

Philip K. Dick fue más duro respecto a este tema:

«A principios de los años cincuenta, una gran parte de la ciencia ficción norteamericana versaba sobre humanos mutantes y sus gloriosos superpoderes [...] que conducirían a la humanidad hacia un estadio superior de la existencia. [...] Campbell, exigía que los relatos que compraba trataran de tales mutantes maravillosos, y también insistía en que los mutantes siempre debían ser presentados como: 1) buenos y 2) al mando de la situación. [...] Mi teoría sobre por qué la gente adoptaba este punto de vista es la siguiente: creo que estas personas imaginaban en secreto que eran manifestaciones incipientes de estos Ubermenschen bondadosos, sabios y superinteligentes que guiarían a los estúpidos (o sea todos los demás) a la Tierra Prometida. En mi opinión, abrigaban una fantasía de poder. [...] Yo afirmaba que los mutantes son peligrosos para la gente corriente, un concepto que John W. Campbell Jr. deploraba. Se supone que debíamos considerarles líderes, pero siempre me inquietó lo que ellos podían pensar de nosotros. Quizá no querían liderarnos. Quizá, desde su nivel super-evolucionado, opinaban que no merecía la pena. En cualquier caso, aunque accedieran a ello, me inquietaba el destino final. Puede que estuviera relacionado con edificios señalados como DUCHAS, pero que en realidad no lo eran.»

Sea como fuere, la figura de Campbell es fundamental para la consolidación de la ciencia ficción tal y como la entendemos hoy. Fue gracias a su linea editorial que se popularizó la edición de novelas, lo que permitó que los argumentos ganasen en extensión y complejidad. Por otra parte, el número de revistas editadas aumentó, dando cabida a una producción de relatos cada vez más abundante.

Gracias a Campbell, escritores y pensadores consagrados de literatura «con mayúsculas» incursionaron en la ciencia ficción, contribuyendo a que el género ganara respetabilidad y prestigio entre el público general. Caben destacar las importantes contribuciones hechas por Karel Čapek, Aldous Huxley, C.S. Lewis, George Orwel y, en castellano, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.

Buena parte de los libros que hoy son considerados clásicos, como Amos de títeres, El día de los trífidos, Brigadas del espacio, 1984, Fahrenheit 451, El hombre en el castillo, El fin de la eternidad o La naranja mecánica fueron escritos durante la Golden Age.