Los robots en la literatura


Casi desde el principio de la tradición oral y su posterior paso a la literatura, los robots estuvieron presentes en numerosos mitos, leyendas e historias. Tuvieron que pasar siglos para que todas estas entidades artificiales no creadas naturalmente, sino que construidas por el hombre con recursos diversos, recibieran el nombre de robots.

¿Qué es un robot? Se le podría definir en forma breve y concisa como un objeto artificial que se parece a un ser humano (este sería el tipo de robot conocido como androide)

Cuando hablamos de parecido, lo primero en que se piensa es en el aspecto físico. Un robot tiene apariencia de ser humano. Podría tener pelo, ojos, voz y otras características humanas, de manera que —en su parte exterior— sería reconociblemente un ser humano.

Esto, sin embargo, no es lo esencial ya que, usualmente, en ciencia ficción el robot está construido de metal y sólo tiene un parecido remoto con un ser humano.

Si nos olvidásemos del aspecto y consideráramos lo que puede hacer, podemos pensar que el robot es un ser capaz de realizar tareas con mayor rapidez y eficiencia que los seres humanos. Pero en este caso cualquier máquina podría ser un robot.

Por lo tanto, se debe aplicar el término de robot a una máquina más especializada que un aparato ordinario, una máquina computarizada, capaz de realizar tareas tan complejas que antes sólo el hombre era capaz de realizar. En otras palabras, robot es igual a «máquina más computadora».

Tomando pie en este concepto, es evidente que un verdadero robot fue imposible antes de la invención de la computadora en los años cuarenta, y no fue práctico —en cuanto a ser lo suficientemente compacto y económico para aplicarlo al uso cotidiano— hasta la invención del microchip en los años setenta.

Sin embargo, el concepto de robot —un aparato artificial que asimila las acciones y, posiblemente, el aspecto, del ser humano— es tan antiguo como la imaginación humana. Nos parece interesante mencionar algo de lo que ha sido la historia de este concepto que se aleja del que hemos planteado anteriormente (máquina más computadora), pero que tiene igualmente una validez estético-literaria. He aquí una pequeña reseña histórica:

Los hombres de la antigüedad, debido a que carecían de computadoras, tuvieron que pensar en algún otro método para infundir habilidades casi humanas en objetos artificiales. Utilizaron las fuerzas sobrenaturales y las habilidades divinas que están más allá del alcance del hombre.

En la isla de Creta, por ejemplo, en su período de máximo poder, contaban con un gigante de bronce llamado Talos que patrullaba constantemente sus costas a fin de evitar que cualquier enemigo se acercase. También en La Iliada de Homero, se indica que:

«Marchaban ayudando al soberano (Hefesto, dios griego) unas sirvientas de oro, semejantes a vivientes doncellas. En sus mientes hay juicio, voz y capacidad de movimiento, y hay habilidades que conocen gracias a los inmortales dioses».
Sin duda alguna se trata de robots.

Durante los períodos antiguo y medieval se suponía que unos hombres sabios habían creado cosas artificialmente vivas por medio de artes secretas que habían aprendido, a través de las cuales utilizaban poderes divinos o diabólicos.

Una historia de robots más familiar para nosotros es la del rabino Loew, de la Praga del siglo XVI. Se supone que formó un ser humano artificial —un robot— partiendo del barro, de la misma forma que Dios formó a Adán. En dicha historia, el rabino Loew creó el Golem (sustancia informe que carece de los atributos de la vida) y usando el nombre de Dios le dio vida y lo utilizó para trabajar en la protección de los judíos contra sus perseguidores. Tal como lo afirma Alain Gheerbrant Chevalier en su Diccionario de Símbolos:

«El golem es un hombre creado a través de medios mágicos y artificiales, imitación de la creación de Adán por parte de Dios.
Es símbolo de los conflictos y combates que se generan al interior del hombre.
Su imagen simboliza el camino hacia la redención.
Representa el alma colectiva del Ghetto judío.
Sustituto del héroe, del artista que lucha por su redención.
Adán antes de recibir la vida era un golem sin forma. 
En el golem se da la grandeza, la fuerza cósmica y el conocimiento de la suerte futura del hombre.
La cábala judía imagina al golem de diferentes maneras; fabricado de arcilla roja. Al principio tiene una estatura de 10 años, luego respira, se mueve y habla como cualquier ser humano. Es un esclavo de cualquier mago y cumple los trabajos más duros sin cansarse. Cuando el golem crece se convierte en un gigante, lo que obliga a su creador a destruirlo. A veces, al desplomarse el golem, mataba al mago que lo había creado.
Habilitado para el bien y para el mal, podía ser hombre, mujer o animal (león, tigre o serpiente).
La creación del golem es la imitación del hombre al acto creador de Dios, pero una imitación fallida, porque el golem es esclavo de sus pasiones, está inclinado al mal y no tiene libertad.
Es imagen de su creador humano, asediado por las pasiones que crecen y amenazan con destrozarlo.
Significa, además que una creación humana puede sobrepasar a su autor. El hombre es sólo un aprendiz de brujo».

Como dato curioso, podemos nombrar que una de las primeras películas de terror que se hicieron, allá por los años del cine mudo, se inspiró en esta historia. A su vez, existe un hermoso capítulo de la serie Los Expedientes X que retoma —en su particular forma— esta leyenda.

Unos cuantos siglos después, en la primera mitad del siglo XIX —pleno Romanticismo—, se encontraba la inglesa Mary Shelley haciendo de anfitriona junto con su marido Percival Shelley, a otros ilustres invitados; Lord Byron, John Keats y William Polydory. Una noche en su hogar en Ginebra, luego de entretenerse contándose cuentos de fantasmas, se les ocurrió desafiarse a escribir ellos mismos una historia de terror. Así, Mary Shelley concibió la famosísima historia de Frankenstein o el moderno Prometeo, siendo una de las dos únicas personas de ese grupo que cumplió su promesa (El otro fue Polydory, quien escribió el poema El Vampiro, publicado un año después). La criatura de Frankenstein fue creada a partir de pedazos de varios cadáveres, usando diversas técnicas nunca descritas en la novela. En otras palabras, fue ensamblado —al igual que una máquina— y su conciencia (recordemos que el cerebro de la Criatura había pertenecido a un genio, pero tenía personalidad propia) correspondería a lo que hoy llamamos Inteligencia Artificial, puesto que su origen está basado en la ciencia y la técnica, y no en la naturaleza. De este modo, se puede afirmar que el personaje de Mary Shelley se constituye, debido a sus cualidades, en el primer robot en la historia de la literatura, especialmente, debido a su condición de producto de la inventiva humana.

Sin embargo, pese a todo, hay que aclarar algo con respecto a la criatura de Frankenstein. Éste, no es cualquier tipo de robot, sino uno cuya base es lo biológico, razón por la cual es una Inteligencia Artificial orgánica, con lo que queda establecido que un robot no debe estar hecho —necesariamente— a base de lo metálico y mecánico. En un próximo artículo estableceremos una clasificación tipológica de los distintos tipos de robots que existen en el campo de la ciencia ficción y que podrían existir en nuestra realidad. Volviendo al evento que motivó la creación de la novela de Frankenstein, creemos que es interesante dar a conocer que el grupo de escritores, que se juntó en aquella ocasión, dio lugar a que una serie de autores se inspiraran y publicasen varias obras en donde este particular grupo de intelectuales (algo adelantados a su época) fueron protagonistas de fantásticas aventuras, según veremos más adelante. De la propia pluma de Mary Shelley:

«Una siniestra noche del mes de noviembre, pude por fin contemplar el resultado de mis fatigosas tareas. Con una ansiedad casi agónica, coloqué al alcance de mi mano el instrumental que iba a permitirme encender el brillo de la vida en la forma inerte que yacía a mis plantas.
«(...) Sus miembros estaban, es cierto, bien proporcionados y había intentado que sus rasgos no carecieran de cierta belleza. ¡Belleza! ¡Dios del cielo! Su piel amarillenta apenas cubría la red de músculos y vasos sanguíneos. Su cabello era largo y sedoso, sus dientes muy blancos, pero todo ello no lograba más que realzar el horror de los ojos vidriosos, cuyo color podía confundirse con el de las pálidas órbitas en las que estaban profundamente hundidos, lo que contrastaba con la arrugada piel del rostro y la rectilínea boca de negruzcos labios».


No fue hasta el año 1920, cuando un dramaturgo de origen checo, Karel Capek, publicó una obra titulada R.U.R. (siglas de Robots Universales Russum), donde apareció para el resto de las lenguas del planeta el término robot y que además se popularizó, puesto que esta expresión corresponde a la palabra checa que designa la idea de esclavo. En esta obra de teatro, un empresario creaba a una serie de humanos artificiales para que desempeñaran gran parte de los trabajos existentes. Empero, con el tiempo, las entidades toman autonomía y destruyen a la humanidad, molestas por el trato que estaban obligadas a sufrir.

«Domin: Venga aquí a la ventana. ¿Qué ve?
Elena: Albañiles.
Domin: Son robots. Todos nuestros trabajadores son robots (...).
Elena: Empleados... un montón de empleados.
Domin: Son robots. Todos nuestros oficinistas son robots (...). Los robots no saben cuándo dejar de trabajar. Dentro de dos horas le enseñaré la artesa.
Elena: ¿La artesa?
Domin: (con sequedad) Los morteros para batir la pasta. En cada uno mezclamos los ingredientes para mil robots de cada vez. Hay también depósitos para la preparación del hígado, del cerebro, etc. Después le enseñaré la fábrica de huesos. Y después el telar mecánico.
Elena: ¿Qué telar?
Domin: Donde se tejen los nervios y las venas. Kilómetros y kilómetros de tubo digestivo pasan por él de una sentada. Luego está el taller de ajuste, donde se unen todas las piezas, como en los automóviles (...).
Elena: Dios mío, ¿Tienen que ponerse a trabajar inmediatamente?
Domin: Claro, mire, trabajan como cualquier otro aparato. Se acostumbran a la Existencia. Se hacen duros por dentro. Tenemos que dejar un pequeño margen de desarrollo natural. Y al mismo tiempo pasan por el periodo de entendimiento y aprendizaje.
Elena: ¿Cómo se hace eso?
Domin: Es algo muy parecido a la escuela. Aprenden a hablar, escribir y contar. Tienen una memoria asombrosa, sabe. Si usted se pusiera a leerles una enciclopedia de veinte volúmenes, se lo repetirían todo con una exactitud impresionante. Pero nunca piensan nada nuevo. Después salen y son distribuidos. Quince mil diarios, sin contar un porcentaje regular de ejemplares defectuosos que se echan a la trituradora (...)».

A principios del siglo XX, la ciencia ficción comenzó a masificarse y con ello a madurar como subgénero literario, gracias a la aparición de numerosas revistas dedicadas al tema. Varios escritores, en los albores de sus carreras (hoy en día consideradas de fama mundial), comenzaron a publicar. Estas revistas estaban impresas en celulosa de baja calidad, razón por la cual recibieron el nombre de pulps, encontrándose entre ellas algunas ya clásicas como Astounding Sciencie Fiction, Amazing Stories, Fantasy and Sciencie Ficction y muchas otras. Así fue como en los pulps se publicaron un sinnúmero de relatos, cuentos y novelas en donde los robots amenazaban a sus creadores, aniquilándolos. El público lector no vio con muy buenos ojos estas visiones futuristas tan pesimistas, de modo que se instaló en sus corazones cierta inquietud temerosa frente a esta posibilidad. Entonces fue cuando a John W. Campbell Jr., editor de la revista Astounding Sciencie Fiction, convenció al escritor Isaac Asimov de que en uno de sus cuentos, donde aparecían varios robots, dejara declarado y por escrito, una especie de garantía de seguridad con la cual estas sofisticadas máquinas no se constituyesen en un peligro para los seres humanos. Esta garantía fue denominada Las Leyes de la Robótica y, desde entonces, se ha hecho referencia a ellas en innumerables textos.

Más aún, otros autores que no poseían los derechos para usarlas textualmente en sus escritos, comenzaron a darlas por sentado en sus obras. Ejemplo de ello, en el campo del cine o de la televisión, es la película Aliens, (1986) de James Cameron. En ella, el androide Bishop (un tipo de robot del cual más tarde daremos una mejor descripción) asegura su incapacidad para perjudicar a un humano. A su vez, otro androide, Data, de la serie de televisión y películas de Star Trek: The Next Generation tiene integradas estas leyes en su programación. Pasa toda su larga vida demostrando tanta virtud ética, que se transforma en una criatura superior a muchos hombres y mujeres.

LOS ROBOTS DE ISAAC ASIMOV

Isaac Asimov nació el 2 de enero de 1920 en la ex Unión Soviética, sin embargo, antes de cumplir los tres años se trasladó junto a su familia a los Estados Unidos, convirtiéndose en ciudadano de ese país.

Desde pequeño tuvo inclinación por la literatura, en especial, por la ciencia ficción, las aventuras y la fantasía en general. Su padre tenía un pequeño kiosco donde vendía dulces, diarios y revistas. Ahí tuvo acceso a las publicaciones de aquellos tiempos que se dedicaban a este tipo de literatura, leyendo, entre otras, las hoy míticas Amazing Stories, dirigidas en aquel tiempo por el escritor y editor Howard Phillips Lovecraft (quien revolucionaría especialmente el género literario de terror), Sciencie Wonder Stories y principalmente Astounding Stories, cuyo director era John W. Campbell Jr. Campbell fue propulsor de jóvenes talentos literarios, a quienes publicó en su revista —entre ellos el mismo Asimov—, a quienes exigía en sus obras una rigurosidad literaria y científica poco vista hasta ese entonces. Claro que tuvo que pasar un buen tiempo para que Campbell dejara de rechazar los constantes esfuerzos del aspirante a escritor, quien le mandaba una y otra vez sus manuscritos a la revista.

Su primer cuento publicado fue Varados frente a Vesta, en 1938, en Amazing Stories. Un año más tarde escribió su primera historia sobre robots: Robbie, un nostálgico cuento sobre la relación emocional ente una niña pequeña y su robot. Pero no fue hasta 1942 que introduciría tres conceptos relacionados con los robots y que se constituyen en parte fundamental de su aporte a la ciencia ficción y a la literatura en general:

1. La idea del cerebro positrónico, con el que contaban todos los robots de sus obras. Tal como afirma el mismo Asimov en el Prólogo a su antología Visiones de Robot:

«Dado que necesitaba una fuente de energía introduje el cerebro positrónico. Esto se trataba sólo de una jerga pero representaba cierta fuente de energía desconocida que era útil, versátil, rápida y compacta, como el ordenador todavía no inventado».

2. Las Leyes Fundamentales de la Robótica, un conjunto de reglas programadas en los cerebros positrónicos de los robots que impide que estos se constituyan en un peligro para sus usuarios. Al menos en la mayoría de los casos, puesto que en algunas de sus obras, ciertas mentes criminales se las ingenian para que los robots causen daño a los humanos, engañando estas Leyes y a algún robot, sin habérselo propuesto, llega a lastimar a sus creadores:

«Campbell me instó a que expusiese mis ideas con respecto a las garantías del robot de forma explícita en vez de hacerlo de manera implícita, y así lo hice en mi cuarta historia de robots, El Círculo Vicioso».

Las Tres Leyes de la Robótica son las siguientes:

I- Un robot no puede hacer daño a un ser humano, o, por medio de la inacción, permitir que un ser humano sea lesionado.

II- Un robot debe obedecer las órdenes recibidas por los seres humanos excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley.

III- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no sea incompatible con la Primera o Segunda Ley.

En 1987, Asimov publica una novela titulada Los Robots del Amanecer, donde incluye una Cuarta Ley de la Robótica, la llamada Ley Cero. En esta ley se plantea que un robot debe proteger a la humanidad como prioridad absoluta, de modo que en algunas ocasiones estos elementos mecánicos de la sociedad deben optar por el bien mayor y para llegar a este objetivo, las otras Tres Leyes quedan nulas frente a ciertas situaciones que pudiesen hacer peligrar tan mesiánica misión. Debido a lo anterior, en Los Robots del Amanecer, los robots —desde las sombras del anonimato— crean un imperio galáctico, supuestamente originado por los hombres, por el propio bien de la humanidad.

En la novela La Caída de Hyperion, de Dan Simmons, los robots se han independizado de los seres humanos y reunido en una sociedad llamada el Tecnonúcleo. Una de sus páginas, nos permite ver cómo nuestro autor es constantemente referenciado:

«—A ustedes les toca decidir. Pueden usar o rechazar el arma. Al Núcleo le disgusta tomar vidas humanas, o permitir que cualquier vida humana resulte dañada por inacción. Pero en un caso donde corren peligro la vida de miles de millones... (...)»
Tal como se puede ver, en la cita están sugeridas las Leyes Primera y Cuarta de la Robótica.

3. La creación de la palabra Robótica fue un hecho que Asimov no se propuso. Pese a ello, esta palabra se difundió en gran parte de las lenguas del mundo. Hoy en día, se usa tanto en los ámbitos literario y coloquial como en el terreno técnico de la construcción, mantenimiento y uso de robots. Luego el Oxford English Dictionary en su 3rd Supplementary Volume lo reconocería como el inventor de la palabra.

«Yo no sabía que estaba inventando la palabra, por supuesto. En mi joven inocencia, yo pensaba que era la palabra y no tenía la mínima noción de que no había sido usada con anterioridad».

En el año 1950, nueve cuentos suyos sobre robots fueron reunidos en un sólo tomo, bajo el título de Yo Robot, siendo el segundo libro de Asimov en publicarse. Este libro fue leído por Joseph F. Engelberger, cuando todavía era estudiante de la Universidad de Columbia. Engelberger se hizo socio de George C. Devol, Jr. Ambos, inspirados en el libro de Asimov, fundaron la compañía Unimation con la intención de llevar a la práctica las ideas de Asimov. Así, en la década de los setenta produjeron varios robots, convirtiéndose en la primera compañía de robots en el mundo (hecho que los hizo en millonarios). Otros expertos en robots, como Marvin Minsky y Simon Nof, admitieron haberse inspirado en su lectura de Yo Robot a la hora de decidir su futuro.

En 1950, aparece publicada su primera novela de robots Bóvedas de Acero, elaborada a partir de un tema social propuesto por Campbell. Asimov hacía tiempo deseaba combinar en una novela su gusto por los casos policiales y su experiencia con las obras sobre robots. En esta obra, considerada por muchos como su mejor novela, la humanidad del planeta Tierra vive confinada en tecnificadas ciudades que cubren todo el planeta. No hay espacios abiertos. Los seres humanos están tan acostumbrados a su selva metálica, que temen al vacío. Sin embargo al producirse un asesinato de grandes implicancias políticas, el policía terrestre Elijah Baley, se ve obligado a salir de la reclusión propia de su sociedad para trabajar nada menos que junto a un robot investigador con apariencia humana, de nombre R. Daneel (La R es, por supuesto, de Robot).

Tres años más tarde, tras el éxito de la novela, escribe Asimov una continuación titulada El Sol Desnudo, en la cual los protagonistas de Bóvedas de Acero se unen nuevamente para desentrañar otro caso policial.

El año de 1983 vuelve a aparecer una nueva novela de Asimov sobre los robots, tras varios intentos fallidos del autor por continuar la saga de la pareja de investigadores de Elijah Baley y R. Daneel. Esta vez vuelve a retomar a estos personajes, en una novela que originalmente se iba a llamar El Mundo del Amanecer (The World of the Dawn), pero sus editores le exigieron que el título debía llevar en una de sus partes la palabra Robot. Entonces la novela quedó con el título Los Robots del Amanecer. Durante sus investigaciones, los protagonistas conocen a Giskard, (un robot que posee la facultad de leer la mente).

En 1987 se publica Robots e Imperio, en la cual Baley ya ha muerto, razón por la cual Daneel tiene un nuevo compañero, el mismísimo Giskard, con quien debe derrotar al antiguo enemigo de su fallecido amigo, el doctor Amadiro, quien desea destruir el planeta Tierra. Ambos robots logran derrotar al criminal, pero Giskard debe sacrificarse para ello, claro que antes traspasa su don a Daneel, pidiéndole que funde un Imperio Galáctico, por el bien de la humanidad.

Anteriormente, Asimov había escrito la famosa serie titulada Fundación, de la cual ya llevaba cuatro novelas en total, y con la que había ganado varios premios, entre ellos el Premio Hugo, (máximo galardón del mundo de la ciencia ficción) que le fue entregado en la categoría de Mejor Serie de Libros de ciencia ficción en 1966. Es así como en Robots e Imperio se conectan ambas series al ser R. Daneel el responsable de la formación del Imperio Galáctico, poder contra el que se enfrentarán las instituciones llamadas Primera y Segunda Fundación, en un futuro lejanamente posterior al de los acontecimientos de Robots e Imperio. En el presente de la novela Fundación y Tierra, publicada el mismo año 1983, y en el resto de las obras de la saga de Fundación aparecidas a la fecha, los robots hace muchos siglos que habían desaparecido de la sociedad. Sin embargo, en esta quinta novela el personaje Golan Trevize encuentra en la Luna del ya muerto planeta Tierra, al robot Daneel, quien le confiesa ser el protector de la humanidad y el responsable de gran parte de los sucesos de connotación social acaecidos hasta ese momento.

Es durante el transcurso de 1988 que Asimov publica una precuela a su anterior ciclo de Fundación, titulada Preludio a la Fundación y en la que R. Daneel se encuentra con el científico Hari Seldon, a quien induce a crear las «Fundaciones», de modo de concretar su promesa a Giskard.

Asimov, poco antes de morir, logró terminar la segunda precuela de su saga sobre los robots, Hacia la Fundación, en la que se ve como Seldon junto a Daneel fundan ambas Fundaciones, con lo que se da una nueva etapa en la historia de la humanidad. Este libro se publicó de forma póstuma en 1993.

Dentro de los cuentos de Asimov sobre robots, El Hombre Bicentenario, es un caso aparte, tanto por su calidad literaria como por la profunda humanidad que desborda la historia en sí. Es un cuento, donde se nos relata la historia de Andrew, el robot protagonista, quien decide convertirse en un ser humano. No en vano, el propio Asimov estaba tan orgulloso de este cuento, que era su tercer favorito, entre toda su prolífica carrera. Gracias al emotivo cuento, le otorgaron, el año 1977, otro Premio Hugo, así como un Nebula y un Locus, (otros galardones de gran prestigio). Más tarde, en 1992, junto a su amigo y también famoso autor, Robert Silverberg, transforma este cuento en novela y le pone por título, El Robot Humano (The Positronic Man). Luego, ambas obras inspirarían un film titulado igual que el cuento y que sería exhibido durante el año 2000, teniendo a Robin Williams en el papel de Andrew.

En 1990, después de sufrir una enfermedad que mermó bastante su salud, su segunda esposa, Janet Asimov, lo convenció de escribir un segundo tomo de sus memorias.

El 6 de abril de 1992, Asimov murió, dejando en su haber, más de trescientas obras, entre libros de ficción, divulgación científica y ciencias sociales.

Originalmente publicado en El Cubil del Cíclope

1 comentario:

  1. hola buen día, es la primera vez que agrego un comentario en su página, la cual he podido seguir gracias a Facebook.
    Como un gran fanático de la ciencia ficción la verdad he disfrutado mucho sus artículos y los enlaces a las mejores cintas del género. Respecto al gran Asimov -mi escritor favorito- todavía la cuestión robótica tiene para rato la cual tendrá repercusiones en los ámbitos económico y social. En el futuro junto a la nanotecnología y las energías renovables, la robótica serán las áreas que determinaran la economía mundial.
    Pienso que no debemos actuar de manera responsable en el uso de nuevas tecnologías pues la experiencia nos ha dictado que nuestras propias creaciones se pueden volver contra nosotros.
    Además debemos reflexionar: si entre nosotros como seres humanos no hemos podido aceptarnos como iguales por razones raciales, religiosas o económicas, ¿podremos aceptar a nuevas inteligencias incluso mejor dotadas mental y físicamente en nuestras sociedades?

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