La concesión científica

 ¿Son la ciencia ficción y el fantástico un mismo género o dos distintos? ¿qué hace que la ciencia ficción se incluya unas veces dentro del fantástico y otras veces junto a él?, estas son las eternas preguntas entre los aficionados a ambos géneros. En España se hace complicado hablar de las sutiles diferencias que existen entre ellos por ser un país en donde desde El Quijote y una excesiva añoranza de glorias imperiales pasadas, se le da tradicionalmente la espalda al fantástico en general y todo el mundo —incluyendo parte de los aficionados a este género—, se la dan a la ciencia.

¿La ciencia? si, la ciencia, ya que ¿por qué otro motivo se la llama así al la ciencia ficción? Bueno, realmente el término es una traducción literal incorrecta, pero si recurrimos a su original en inglés, idioma en cuyo seno surgió, la cosa no varía: science-fiction (ficción científica). Así pues, la principal diferencia entre el fantástico y la ciencia ficción es que en esta última la ciencia tiene un papel especial, un papel definitorio, que puede ser utilizado en mayor o menor medida pero, en todo caso, es la presencia de alguna de sus características o filosofía la que determinará la pertenencia al género.

Pero, ¿cuál es ese papel? ¿qué hay de ciencia en Star Wars, Alien, Blade Runner, Star Trek o la gran mayoría de obras de este controvertido e incomprendido género? La respuesta es que hay poca, por no decir ninguna. El viaje a mayor velocidad que la luz no es científico, no existe nada parecido y no se conoce —ni por asomo— ninguna técnica que, en un futuro, pueda acercarnos a realizar tal hazaña a nivel macroscópico. Es pura especulación, pura fantasía. Tampoco existen inteligencias artificiales conscientes, ni teletransportadores, ni sables de luz. Mucho menos sables «láser».

Entonces ¿qué significa todo este galimatías? ¿hay o no hay ciencia en la ciencia ficción? La verdad es que la ciencia está presente, pero no en su forma «real», ya que de otra manera no sería «ficción». Es una ciencia alternativa, una ciencia imaginaria, fantástica, pero como ciencia que es, ha de tener su misma filosofía. Dicho de otra forma, la ciencia ficción no ha de corresponderse con exactitud con la ciencia actual, la conocida, la «verdadera». A la ciencia no le debe molestar en absoluto que le cambien alguna de sus premisas, mientras se admita esta alteración y el resto del entorno imaginado se corresponda de forma consecuente y coherente con el parámetro cambiado. El «método científico» es lo que no ha de cambiarse, ya que de hacerlo no podría hablarse de ciencia. Tampoco de ciencia ficción, tal vez si, de fantástico.

¿Qué clase de alteraciones de la ciencia son esas? ¿qué grado de ortodoxia científica se emplea para reconstruir esa nueva realidad? A tenor de las obras existentes en el acotado conjunto de ellas al que he tenido acceso, se podría decir que existe toda una escala continua desde la total pulcritud en la construcción científica de ese nuevo universo y la explicación detallada en la obra de todas y cada una de las premisas utilizadas y modificadas, hasta prácticamente apenas mencionarlas, cuando no simplemente darlas por supuestas. Toda esta variedad es probablemente causa de la actual variabilidad en nuestro género predilecto y de la dificultad para definirlo. En todo caso, es necesario admitir que el camino escogido en uno u otro sentido va a producir un resultado que se podrá encuadrar con mayor o menor propiedad dentro del género de la ciencia ficción, sin que en ninguno de los casos sea objeto de menosprecio, critica o adulación solo por este motivo. Parece sensato valorar la obra en su conjunto, siendo el género tan solo uno más de los factores a tener en cuenta.

Entonces, ¿en función de qué el autor escogerá la forma final de su obra? Naturalmente, esto habría que preguntárselo a los propios escritores y guionistas, pero mientras, es posible deducir cuales pueden ser generalmente estos motivos, empezando por el propio autor. Si se trata de un científico o un ingeniero es más probable que oriente sus obras hacia la parte más cuidadosa con el método científico, procurando explicar y razonar las soluciones empleadas en el mundo imaginario que ha creado, gracias a tener los conocimientos para ello. Si es así, este entretenimiento para el autor que se dedica a juguetear alterando ciertos parámetros científicos o técnicos, forma parte del argumento central del la obra, la razón de ser de la misma. Un ejemplo claro podrían ser los relatos relacionados con las Leyes de la Robótica de Isaac Asimov, en los cuales no hay romances ni aventuras: solo los robots y sus tribulaciones lógicas con las Leyes, puro entretenimiento algebraico. Para quien le guste, claro.

Otro de los factores que puede ser relevante para crear una obra es el público, bien por ser al cuál va dirigida, o simplemente por formar parte de la audiencia potencial que existe en un momento determinado. Puede el autor hacerlo intencionadamente o simplemente dar rienda suelta a su creatividad dejando que sea el público quien decida. La cuestión es que habrá un sector de este al que le fascine el hard o ciencia ficción dura, con sus explicaciones y detalles sobre esa realidad que se ha debido construir para poder ubicar la historia, y otro público que preste más atención a la historia en sí. El cualquiera de los casos el objetivo es el entretenimiento, no el proporcionar un tratado científico, ni una obra deslavazada y carente de atractivo literario, ni cargada de esoterismos. Tampoco realizar profecías científicas, aunque en ocasiones sorprenda la clarividencia de algunos autores.

El autor de ciencia ficción, al contrario que el del fantástico, escoge una realidad alternativa modificada en unos parámetros determinados, adecuando el resto a dicha alteración siguiendo la filosofía que emana de la ciencia a través del método científico. El motivo de someterse a las normas de la epistemología en lugar de imaginar un mundo fantástico donde todo es posible y el único límite es la propia coherencia literaria, pero no la científica, es probablemente el buscar un escenario que sea reconocible para determinado tipo de lector, con un grado de verosimilitud dependiente del autor o del publico al cual se destina. Como ejemplos diversos se pueden citar a Ray Bradbury y sus Crónicas Marcianas (1950), en las que el autor escoge un Marte alternativo con un ambiente excesivamente parecido al terrestre, un escenario totalmente incompatible con la ciencia actual e incoherentes con la gravedad, y presión atmosférica que Marte puede tener, pero que sirve perfectamente para la intención del autor: especular sobre el alma humana y el encuentro con una civilización distinta, en un escenario reconocible para lectores exigentes en campos distintos de las ciencias físicas.

En sentido opuesto, un caso paradigmático de cómo el público es un personaje fundamental en la creación de obras de ciencia ficción, es el de Larry Niven y su estupenda Saga del Mundo Anillo (1970), a medio camino entre el hard y la Space Opera. Aunque no es un tratado científico ni de lejos, fue lo suficientemente atractivo desde este punto de vista como para que un grupo de estudiantes del MIT (Massachusetts Institute of Technology), entusiastas de la astrofísica y aficionados a la ciencia ficción dura, evaluaran concienzudamente el primero de los volúmenes publicados cuando aún no se preveía realizar una saga, señalando una serie de detalles que estimularían recíprocamente al autor para que finalmente decidiera continuar la obra y convertirla en una de las más famosas sagas de la ciencia ficción. Esta audiencia exigente y altamente cualificada no criticaba la aparición en la obra de una estructura colosal e inverosímil de fabricar, sino que la daban por supuesta y ponía en duda la consistencia de todo el sistema en arreglo a las premisas que el propio autor decidió en su día para imaginar el escenario en el que contar su historia. Huelga decir que, Niven, matemático de formación y actualmente colaborador del Ministerio de Defensa de los EUA, se puso las pilas y aclaró todos los puntos que estaban en entredicho en Los Ingenieros de Mundo Anillo (1980).

Esta suspensión de la incredulidad en la que son cómplices autor y lector, es común en todo el fantástico y la ciencia ficción, aunque a distintos niveles. El fantástico por regla general no pretende ninguna veracidad en sus obras —salvo la imprescindible para disfrutar del relato y la necesaria coherencia literaria—, mientras que la ciencia ficción pretende mostrar un escenario más realista o veraz. Esto presenta el problema de que en ocasiones se muestran hechos totalmente ficticios pero que un sector de la población no los diferencia de lo real, como ocurrió en la célebre retransmisión radiofónica de La Guerra de los mundos de H.G. Wells (por Orson Welles, en 1938), que causó el pánico en una gran parte. Por no hablar de ciertos escritores que se aprovechan de una excesiva complicidad e ingenuidad de los lectores para hacer pasar bodrios esotéricos fraudulentos como algo confuso entre la ciencia ficción y la divulgación periodística.

Lo que diferencia a la ciencia ficción del resto, y que exige un mínimo de formación del lector en ciencias, es la concesión científica, aquella que marca ese punto de suspensión de la incredulidad —que hay que identificar para diferenciar entre realidad y ficción—, necesario para entender y disfrutar, junto con el autor, la forma en cómo ha alterado la realidad.

Originalmente publicado en Al final de la Eternidad

2 comentarios:

  1. Muy interesante texto que bien ayuda para explicar la estrecha relación del género con la ficción misma (imaginación), la ciencia y la verosimilitud. No obstante creo falta hacer notar que la ciencia ficción también cumple un rol anticipativo y en muchas ocasiones ha quedado demostrado cómo obras de este tipo se han adelantado en avances científicos y técnicos que hoy en día forman parte de nuestra cotidianidad (y ese es un valor agregado que no se puede olvidar).

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    1. No sé si estoy tan de acuerdo en eso. Es verdad que la ciencia ficción, con bastante frecuencia, ha imaginado aparatos que luego terminaron existiendo y ha anticipado hechos que sucedieron tiempo después. pero no creo que esta característica defina necesariamente al género. Quiero decir, no es su función.
      Una obra puede ser de ciencia ficción por más que las predicciones que haga no se hayan cumplido ni se vayan a cumplir. Una nave que viaje a la velocidad de la luz, por ejemplo, es un imposible físico y ya se sabía que lo era en el momento que se filmó Star Wars, sin embargo esto no la desplaza de su género. De lo que se deduce que las predicciones de la ciencia ficción no sólo no están obligadas a cumplirse, sino que tampoco deben ser, necesariamente, posibles fuera del terreno de la imaginación.
      Saludos!

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