El factor humano en la ciencia ficción


La vida es un concepto que la ciencia no ha logrado determinar con la exactitud que habitualmente se espera de ella. Como en tantas otras ocasiones, esta indefinición es aprovechada por los autores de ciencia ficción para dar rienda suelta a su talento creativo o, tal vez, liberar sus inquietudes o temores por conocer respuestas a las clásicas preguntas que atormentan a la especie humana desde sus orígenes, el Complejo de Prometeo por el cual ansiamos parecernos a nuestro creador, sea divino o natural.

¿Hasta qué punto es capaz el ser humano de crear seres como él, en qué aspectos y con qué condiciones?

Seguramente, estas y otras preguntas similares han pasado por la cabeza de muchos autores de la antigüedad desde tiempos inmemoriales, puede que desde que el hombre es consciente de su existencia, y necesita conocer cuál es el papel que El Creador —quien quiera que sea y allá donde quiera que este —ha dispuesto para él durante el limitado tiempo que permanecerá en este mundo. La soledad que en la búsqueda de estas respuestas ha experimentado nuestra peculiar especie, hace que cobre especial valor el imaginar la existencia a nuestro lado de un compañero con el que compartir nuestras dudas existenciales, para que —tal vez en el intento por comprenderle— logremos hacerlo con nosotros mismos.

Por otro lado, la desdicha por la que —en ocasiones— pasa la humanidad al tener que sufrir una y otra vez sus propios defectos, que provocan la muerte y destrucción de sus congéneres allá donde se aposentan, hace lucubrar a los autores de todos los tiempos, a los seres humanos cometiendo el pecado de soberbia o hibris, como le llamaron en la Grecia Clásica, desafiando a su dios e imitándole con la creación de seres para tenerlos a su servicio, sometiéndoles a su misma o peor suerte.


LA HISTORIA

Según la mitología judeocristiana, Dios creó al ser humano moldeando su cuerpo a partir de barro, insuflándole a continuación una chispa divina. Siguiendo esta tradición, los antiguos transmitieron la leyenda del Golem, ser creado por el propio hombre a su servicio a partir de materia inanimada, pero al que no se le había transmitido el don de la humanidad, algo que solo El Supremo podía otorgar, según las antiguas escrituras.

Cuentan las leyendas que los alquimistas del medioevo eran capaces de crear —esta vez a partir de material biológico— una especie de seres a imitación del ser humano, pero de tamaño diminuto. A estos seres infra-humanos surgidos a partir de materia biológica se les denominó homúnculos. Siglos después, Frankenstein (Mary Shelley, 1818), surgido de restos de origen humano tal y como imaginó su autora, compartiría muchos de sus aspectos con el Golem, excepto precisamente el de la materia de la que estaba construido.

En 1936 Charles Chaplin (1989-1977) dirige su película Tiempos Modernos, en la que se critica la esclavitud que la humanidad se impone a sí misma en las cadenas de producción. Dos años después fallecía Karel Capek (1890-1938), que un tiempo antes había brindado, tanto a la ciencia ficción como al mundo en general, un concepto gracias al cual el imaginario colectivo plasmaría la gran mayoría de las leyendas sobre seres creados por el ser humano a su imagen, con los que compartiríamos nuestras búsquedas filosóficas: el robot.

Capek imaginó en su obra R.U.R. (Robots Universales Rossum,1920) a los robots como unos seres artificiales construidos y diseñados para sustituir al hombre en las tareas ingratas. Aunque este autor de origen Checoslovaco pensó en ellos como biológicos, sin embargo, el tratamiento posterior de los robots ha sido —de forma mayoritaria— el de considerarlos como entidades mecánicas. Hasta tal punto se asocia un androide o robot con un humano mecánico, que los guionistas de Blade Runner utilizaron —quién sabe si para evitar confusiones— el conocido término de replicante para referirse a su particular versión de los humanos artificiales.

Pero si hay alguien a quien se le puede responsabilizar de la actual imagen de los robots, ese es Isaac Asimov —sin olvidar a Stanislaw Lem (1921-2006) y su tratamiento satírico, que no quita lo filosófico—, es gracias a las tres (más una) leyes que el Buen Doctor retorció hasta extremos casi imposibles en mil y una historias de robots, cuando pudimos —por fin— encontrar en la literatura de ciencia ficción a ese tan anhelado compañero de viaje, algunas veces accidentado, que la humanidad lleva recorriendo y cuyo destino aún no conoce.


EL SUPUESTO CIENTÍFICO

La concesión científica que habitualmente se ha venido empleando en estas obras de ciencia ficción, ha sido la de dar por supuesta la capacidad de crear seres tan inteligentes o con las mismas capacidades de los humanos y, una vez en este punto, especular y filosofar sobre qué sentirán, o qué dudas y anhelos tendrán. En definitiva, en qué se parecerán o distinguirán de los seres humanos.

Sin embargo, a pesar de los prometedores comienzos de la Inteligencia Artificial (IA), los descubrimientos en este campo han puesto de manifiesto tremendas dificultades para lograr su objetivo, por no hablar de cierta imposibilidad.


Problema: la consciencia, la inteligencia y la intuición humanas

El primer escollo, en el camino hacia el desarrollo de máquinas con capacidades similares al cerebro humano, fue encontrado gracias al trabajo combinado del científico inglés Alan Turing (1912-1954) —conocido, entre otros aspectos, por su decisiva intervención en el descifrado de las máquinas de codificación Enigma, utilizadas en la Segunda Guerra Mundial por el bando Nazi— y el matemático austriaco Kurt Gödel (1906-1978), cuyo trabajo en el área de la lógica ha sido uno de los más influyentes en el pensamiento científico y filosófico del siglo XX, según reza la Wikipedia. Aunque existen otros nombres de la comunidad científica cuyas aportaciones fueron imprescindibles, podría decirse que estos dos científicos dieron la forma final al problema, cuyas conclusiones son —como poco— sorprendentes:

Según los Teoremas de Incompletitud de Gödel, no es posible diseñar un algoritmo, o conjunto de axiomas, que sean a la vez consistentes y completos. Un conjunto de axiomas lógicos jamás será suficiente para auto-demostrarse. Dicho de otra forma, la capacidad del ser humano de ser consciente de sí mismo, no es posible de lograr matemáticamente en una máquina. Tal vez el ser humano no pueda, aún siendo consciente de sí, demostrarse a mismo —siguiendo los parámetros actuales—, y mucho menos, por lo tanto, construir otras entidades que sean como él.

Turing —por su parte— le dio la vuelta al trabajo de Gödel y, dentro de la Teoría de la Computabilidad, desarrolló el modelo formal en el que se basan todos los computadores de la actualidad, llamado máquina de Turing, gracias al cual demostró que existen problemas que un sistema automático no puede resolver ni tan siquiera disponiendo de recursos ilimitados. Dicho de otra forma: por potente que sea un computador determinístico (todos los actuales), es materialmente incapaz de lograr metas que un cerebro humano alcanza sin relativa dificultad.

De lo anterior se deduce que la consciencia que el ser humano posee —sobre sí mismo y del universo que le rodea— no puede ser emulada o simulada plenamente mediante un algoritmo o programa con los paradigmas de programación tradicionales. Igualmente, compartiendo espacio, en algún lugar del mismo cerebro que las alberga, existen el genio y la intuición humanos, gracias a los cuales los pertenecientes a dicha especie pueden resolver problemas a cuya solución los computadores no logran ni acercarse.

Pero una vez más, el Titán Prometeo acude en ayuda de la humanidad, desafiando a los dioses del Olimpo y proporcionándonos —de nuevo— el fuego en forma de Mecánica Cuántica.


¿Soluciones?: ordenadores cuánticos y redes neuronales

Desde que el ser humano descubrió la mecánica cuántica, no han cesado los quebraderos de cabeza para cierta parte de la comunidad científica que se aferra a un determinismo ordenado y predecible, pero totalmente insuficiente para continuar avanzando en el conocimiento. La Teoría del Caos y las estructuras matemáticas como los fractales, de aparición común en la naturaleza, añaden cierta angustia a dicho sector, que piensa que se le desmorona el sólido edificio de sabiduría que creían tener. Sin embargo, estas nuevas áreas del conocimiento, lejos de la incomodidad que para algunos parece presentar, pueden ser ese mensaje que Prometeo envía a la humanidad.

Uno de los miembros de la comunidad científica que ha decidido superar viejos prejuicios y explorar estos nuevos caminos es el científico de origen inglés Sir Roger Penrose (1930), que ha proporcionado algunas explicaciones al curioso funcionamiento de la mente humana. Según este científico y tal y como explica en su Teoría de la Mente, el cerebro humano ha de funcionar según patrones distintitos a los que la IA ha barajado hasta ahora, siendo la mecánica cuántica y su carácter no determinista y probabilístico, la que explicaría la mayor parte de las proezas que el órgano que protege nuestro cráneo es capaz de realizar.

Penrose defiende también la dualidad mente-cerebro, de forma similar a la dualidad programa-computador o software-hardware. En virtud de este concepto, un hardware basado en un computador cuántico, podría ejecutar software basado en redes neuronales o algoritmos genéticos, llegando a cotas que solo la ciencia ficción ha imaginado hasta ahora ya que, lamentablemente, todavía no se han superado las dificultades existentes para construir una máquina cuántica funcional.


LA CIENCIA FICCIÓN

Siguiendo la tradición de respeto hacia el rigor científico, la ciencia ficción no sólo no ha sido ajena sino que casi ha predicho algunos de estos trabajos científicos:

En 1968 Philip K. Dick nos dejo algunas claves en su obra en cuanto a las diferencias entre humanos y andrillos (replicantes en la película) con la aparición en la novela que sirvió de inspiración a Blade Runner del test de empatía de Voigt-Kampff, gracias al cual es posible diferenciar entre unos y otros. Turing ideó una prueba con intenciones similares llamada Test de Turing, siendo una de las muchas formas de este sistema el conocido para dejar comentarios en el que hay que teclear unas letras borrosas (Captcha), que un sistema automático no puede identificar, pero un humano sí.

Algunas de las conversaciones que la pareja de detectives (incomprensiblemente desperdiciada para el cine o la televisión) formada por el humano Elijah Baley y el robot R. Daneel Olivaw —Bóvedas de acero (1954), El Sol Desnudo (1957), Robots del amanecer (1983)— mantenían entre ellos, consistían en tratar sobre sus diferencias. Su autor, Isaac Asimov, describe en estas obras a la intuición humana como el factor que distinguiría a unos de otros al ser esta la capacidad de llegar a conclusiones útiles sin tener información suficiente. Es decir, sin ser determinista.

Asimov permite que sus robots transciendan de sí mismos al autoprogramarse con una ley que implicaba tener una consciencia de su papel en el universo asimilando un concepto abstracto como es el de «La Humanidad»: La Ley Zeroth, que podría definirse como una religión robótica y que supeditaba a las demás leyes:


«Un robot no puede hacer daño a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño.»

En El robot humano (Isaac Asimov y Robert Silveberg, 1992), sus autores cuentan cómo el robot convencional doméstico NDR 113 adquiere habilidades artísticas debido a una serie de errores encadenados en las tolerancias de su cerebro positrónico, dando lugar a una combinación irrepetible y singular.

En el relato corto Sueños de robot (Isaac Asimov, 1986), la célebre doctora en el universo de los robots de Asimov, Susan Calvin, se enfrenta a un curioso caso: un robot que sueña. La explicación es que este robot ha sido programado mediante un paradigma nuevo según el relato, basado en fractales. Lo curioso de este relato es la coincidencia en el decisivo papel que podrían tener los fractales en la comprensión del mundo cuántico tal y como explican en este artículo científico del 30 de marzo… ¡de 2009!

La aparición de un humano artificial en cualquiera de sus formas (robot, androide, replicante, golem, etc.) junto a los humanos, es utilizado como pretexto para todo tipo de debates en torno a cuestiones éticas y filosóficas sobre nuestra condición o nuestro papel en el universo, que con toda probabilidad no van a verse resueltas. El uso de parejas de protagonistas con cierto antagonismo, es también habitual en todo tipo de obras siendo el eje central de muchas de ellas. Una mención especial en estos aspectos que merece un artículo dedicado, es el excepcional tratamiento que se hace de la convivencia de Cylones y humanos en la moderna serie de Battlestar Galactica.

Para finalizar este largo artículo, una pequeña anécdota sobre la más famosa de las leyendas del Golem: en la misma ciudad donde falleció el responsable del vocablo que hoy utilizamos para denominar a nuestros Golems modernos, o robots, oculto en algún ático, yace uno de los más famosos de estos seres mitológicos construidos a semejanza del ser humano: el Golem de Praga.

Cuenta la leyenda que en el siglo XVI un rabino de esta ciudad poseía uno de ellos. Su Golem era, como todos los Golem, tosco y falto de humanidad. Era así hasta tal punto que ejecutaba las órdenes de forma literal, y un día, al mandarle a sacar agua del río inundó el poblado.

Lo increíble de este cuento es que se describe la actitud del Golem como la de un autómata moderno desde la óptica de la época, como si fuera uno de los robots que siglos más tarde imaginaría Karel Capek en su representación teatral, en la misma ciudad donde hoy reposa el supuesto Golem de la leyenda.

¿Sería el Golem un robot venido del futuro? ¿Sería esa chispa divina de la que carecía el Golem, la forma de llamar de los antiguos al Factor Humano que hoy les falta a los sistemas de IA?

Bueno, al menos como argumento de ciencia ficción creo que no estaría mal.

Originalmente publicado en Al final de la Eternidad

2 comentarios:

  1. Hola:
    Quiero comentar que como fanático de la ciencia ficción su blog me parece muy interesante. En cuanto a la aceptación de la inteligencia artificial o androides que convivan entre nuestra sociedad, primero debemos superar la discriminación racial, religiosa o económica para llegar lograr la igualdad de toda la humanidad; sólo así podrán otras inteligencias formar parte de nuestras vidas.

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    1. Estoy de acuerdo, pero al paso que vamos todo parece indicar que llegarán antes las IA que la comprensión mancomunada entre los miembros de nuestra propia especie.
      Justamente, esta semana, hemos publicado un relato breve que aborda el tema del racismo entre humanos y robots: http://www.fisiones.com/2014/06/los-robots-no-se-adaptan.html , ojalá sea de tu agrado.
      Gracias por estar.

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