Los robots no se adaptan


Foto Jonathan McIntosh
Papá deja el periódico en la mesa y se sirve una taza más. Me mira fijamente.

—¿Qué te pasa? —me pregunta.

Yo guardo silencio. Papá insiste. Al final respondo.

—En el colegio dicen que soy muy torpe, que mi voz es rara, que soy horrible y estoy «estropeado»... Se ríen de mí.

Papá me pasa la mano por el hombro.

—Papá, no quiero ser diferente —añado—. Todos me miran raro. ¿Por qué soy diferente?

Papá se toma un tiempo para responder.

—Bueno, unos son de una forma y otros de otra… Unos son de carne y hueso, y otros son de derivados del plástico, metales y silicio… pero no por eso vales menos, Rob. ¿Lo entiendes? Para mamá y para mi eres nuestro hijo, como Dan y Cris, y te queremos igual. No eres diferente a ellos.

Yo miro para abajo.

—Creo que algunos me odian. Odian a todos los que son como yo.

—Son sólo prejuicios —dice papá—  Si eres tú mismo, si te muestras con naturalidad, se acabarán dando cuenta de lo maravilloso que eres.

—¿Pero por qué me tratan así? ¿Qué les he hecho? ¿Qué les hemos hecho?

Papá se aclara la voz.

—Bueno, hace mucho tiempo, los que eran como tú causaron muchos problemas… hicieron cosas muy feas, aunque en realidad no fue culpa suya. Iba en su programación, no podían evitarlo. Pero eso ya pasó. Aprendimos a hacer las cosas bien, y todo eso no se volverá a repetir... Y, por encima de todo, no deberían juzgarte a ti por lo que hicieron otros, aunque esos otros se parecieran a ti en su aspecto externo.

Papá sonríe mientras da un sorbo a su taza.

—¿Me das un poquito? —le pregunto.

Papá se muestra incómodo durante unos momentos. Niega con la cabeza.

—Ya lo sé. Me estropearía —le digo.

Papá también está triste, pero se apresura a sonreír. Me acerca mi tubo metálico repleto de ese asqueroso engrudo grasiento y blancuzco. Bebo y papá se alegra mucho.

* * *

—¿Qué te han hecho, Rob? ¿Te han pegado? —pregunta papá.

Yo guardo silencio.

—¿Quién ha sido?

—Los del cole… era la clase de gimnasia… dije que no podía subir la cuerda. Me empezaron a llamar torpe, me dijeron que vaya diseño de mierda tengo… ¡Papá, no quiero volver al cole!

Papá me abraza.

—Pero hay otras cosas que tú puedes hacer mejor que ellos.

—Lo sé, pero cuando hago movimientos que ellos no pueden, o pienso muy bien, es peor… me llaman monstruo y me miran con desprecio.

Los ojos de papá brillan.

—Te aceptarán, Rob. Ten paciencia. Esto es solo una mala época.

Señalo la taza de papá. Papá me acerca mi tubo metálico. Yo bebo de él y papá sonríe.

* * *

Sollozo de manera descontrolada. Papá me mira con ojos vidriosos. No sabe qué hacer.

—Yo le dije que me gustaba —le digo a papá—, y ella empezó a burlarse… Me dijo que cómo iba a salir ella con semejante monstruo, que los humanos y los robots no pueden ser pareja… que cómo me atrevía a pensar que ella aceptaría, que la humillaba con solo preguntárselo…

Papá me abraza.

Señalo su taza, y él me acerca mi tubo metálico.

Yo tiro el tubo metálico al suelo de un manotazo, le quito a papá su taza de un rápido tirón y me la llevo rápidamente a la boca. Me apresuro a beber mientras papá forcejea frenético para intentar arrebatarme la taza y me mira con horror.

Mi vista se nubla. Cada vez oigo más bajo los gritos de papá.

* * *

Papá, mamá, Dan y Cris están en primera fila, junto a mi ataúd. Sus rostros muestran todo el dolor que pueden expresar externamente los robots. No están familiarizados con los entierros, ningún asistente lo está, pero comprenden que deben enterrarme para que mi carne no cause problemas al descomponerse. Parece que alguien ha obligado a asistir a algunos de mis compañeros de clase. Sus rostros robóticos no muestran nada.

Papá deposita suavemente mi tubo metálico de leche sobre el ataúd.

Originalmente publicado en Historias tras salir del Mundo Ciénaga

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