Relato de Ismael Rodríguez Laguna
Ilustrado por Txiki González |
Viguray, al que pertenezco. Es la historia de cómo estuvimos a punto de ser libres de los temibles iskurianos, pero finalmente hincamos la rodilla a sus pies, perdiendo con ello todo nuestro orgullo.
Esta historia se remonta atrás, más allá del tiempo de mis padres, de mis abuelos, y de varias generaciones más de mis ancestros. Hace muchísimo tiempo, los vigurianos contactamos con los seres inteligentes que habitaban las estrellas cercanas a la nuestra. En nuestros radiotelescopios detectamos las señales procedentes de sus lejanísimos planetas, y algún tiempo después comprendimos los mensajes que albergaban. Finalmente establecimos relación con los iskurianos (a 7 años luz de nosotros), los gornianos (a 9 años luz), los trikios (a 3 años luz) y los zornios (a 5 años luz).
Al principio nos limitamos a conocer las costumbres de los otros y a dar a conocer las nuestras. Imaginen que hablan por teléfono con alguien que les oirá dentro de varios años, y que ustedes tardarán varios años en escuchar sus respuestas. Como pueden imaginar, la comunicación no resulta muy fluida. Se convierte en una superposición de monólogos a los que, de vez en cuando, una de las dos partes añade alguna pregunta sobre lo que acaba de oír de la otra, que en realidad fue dicho por ella hace muchísimo tiempo.
Gracias a la información intercambiada en dichos mensajes, llegamos a visualizar en nuestros hológrafos las increíbles lluvias de polen en Gorno, que podían durar varios meses; los maravillosos mares multicolor de Iskur, que adquieren diferentes tonalidades brillantes dependiendo de la estación; los cráteres parlantes de Zornitián, utilizados por una especie de conciencia planetaria para comunicarse; o la quietud azulada y brillante de los cristales de Trikilum. Conocimos formas inimaginables de vida, exóticas ciudades (por llamarlas de alguna manera que podamos comprender), exuberantes bosques y muchas otras cosas. Pero siempre desde casa, siempre sentados en nuestras salas de proyección. Nunca en aquellos lugares.
Los habitantes de todos estos sistemas habíamos llegado a la misma conclusión: viajar a más de la velocidad de la luz era imposible. Pero las limitaciones tecnológicas iban más allá: en la práctica, la velocidad de la luz no se podía alcanzar ni de lejos. Si se somete una nave ridículamente pequeña a un gasto energético colosal, podríamos alcanzar una milésima parte de esa velocidad, bajo la cual ir de una estrella a otra requeriría un tiempo abrumador. Una nave mayor, que pudiera trasladar colonos o portar recursos con los que comerciar, requeriría un gasto energético astronómico para alcanzar esa misma velocidad, tan grande que bien pudiera haberse utilizado dicha energía en cualquier otro menester más energéticamente rentable. Por ejemplo, en generar en tu propia casa esos mismos recursos que necesitabas (con ayuda de reacciones de fusión o fisión, si hiciera falta).
Por otro lado, si se tratase únicamente de intercambiar conocimiento, entonces podríamos seguir usando las señales con las que todos nos conocimos, que viajan nada menos que a la velocidad de la luz de una estrella a otra. Usándolas aprenderíamos más deprisa que esperando a que nuestros científicos llegasen montados en sus naves a sus destinos, tras decenas de miles de años de viaje. Los seres de los cinco sistemas vivíamos entre cinco años (los que menos) y quinientos años (los que más), así que decenas de miles de años serían una cantidad de tiempo abrumadora desde el punto de vista vital.Simplemente, intercambiar conocimientos con señales que viajan a la velocidad de la luz sería muchísimo más eficiente.
Si actúas bajo la creencia de que jamás te encontrarás físicamente con tus vecinos, entonces puedes contarles tus secretos más íntimos sin temor alguno. Así que, durante cientos de años, todos trasmitíamos nuestros avances científicos más sofisticados a nuestros vecinos, incluidos aquellos que podrían ser utilizados para la guerra, pues nuestros vecinos nunca podrían utilizarnos contra nosotros. ¿Qué más daba?
Y así fue hasta que, cierto día, un científico de nuestro mundo, el planeta Viguray, llegó a la conclusión de que, conforme a cierto resultado teórico, quizás sí que existiera una manera práctica de dotar a una nave de la energía necesaria para alcanzar velocidades que hicieran el viaje interestelar plausible. Pudiera ser que fuera factible viajar a, pongamos, una décima parte de la velocidad de la luz. Era solo una posibilidad, pero existía.
Entonces nos dimos cuenta de que compartir nuestro conocimiento con nuestros vecinos podría no ser tan buena idea. No deseábamos que nuestros vecinos pudieran, algún día, invadirnos con la tecnología que nosotros mismos les habíamos revelado. Explicamos a nuestros vecinos que albergábamos la sospecha de que el viaje interestelar podría llegar a ser práctico por motivos que preferíamos no revelar, y que en adelante solo trasmitiríamos información no clasificada.
Nuestros vecinos se mostraron indignados y nos tacharon de ingenuos durante años. «¡Eso simplemente no es posible, estáis perjudicando el avance científico de todos con vuestra actitud!» nos decían. Pero decidimos ser cautelosos. Durante décadas tratamos de desarrollar aquella tecnología prometedora, y también otras no relacionadas, en el más puro secreto.
Cierto día, nuestros peores temores se hicieron realidad, justificando de paso nuestra cautela. Recibimos un mensaje de los gornianos en el que nos decían que los iskurianos habían aparecido en Gorno. Los iskurianos habían desarrollado en secreto una tecnología que les permitía viajar a una quinta parte de la velocidad de la luz. Tras años de viaje en secreto, se habían plantado en aquel sistema con una gigantesca flota de guerra con la intención de conquistar Gorno. Los propios iskurianos confirmaron aquella noticia enviando su propia señal desde aquel sistema. En su mensaje, los iskurianos trataban de justificar aquella invasión en base al agotamiento de recursos de su planeta natal.
Durante un par de años, los habitantes de las estrellas vecinas asistimos aterrados a los partes de guerra de ambos bandos, hasta que finalmente los gornianos fueron derrotados y aniquilados. Desde entonces, solo recibimos señales iskurianas desde aquella estrella.
A los pocos años, los iskurianos anunciaron que en adelante establecerían su hegemonía sobre aquella región de la galaxia que todos habitábamos. Utilizarían todos los recursos disponibles en Iskur y en Gorno para crear una flota de invasión mucho mayor con la que someterían a todos los sistemas que no les rindieran pleitesía.
Poco después, los trikios nos anunciaron atemorizados que los iskurianos les habían comunicado sus planes de expansión imperialista sobre el sistema trikio. En este caso, los iskurianos estaban más interesados en la ciencia trikia, que los trikios habían dejado de compartir con los iskurianos cuando éstos atacaron Gorno, que en sus recursos minerales. Los iskurianos habían comunicado a los trikios que, conforme a la información que los propios trikios habían divulgado sobre su propio sistema cuando todavía liberaban información sin temor, los minerales que los iskurianos consideraban valiosos eran probablemente escasos en los planetas del sistema trikio. Por tanto, una invasión de aquel sistema podría ser poco rentable económicamente para los iskurianos. De hecho, la información que años atrás habían comunicado los trikios sobre su sistema era consistente con el estudio que los propios iskurianos habían realizado de la estrella trikia desde la distancia. La edad de la estrella, las oscilaciones de órbita, la espectrometría… todo ello confirmaba que, probablemente, allí habría pocos minerales valiosos para los iskurianos. Por ello, estos deseaban evitar el enorme coste que supondría la invasión de Trikilum.
No obstante, esperaban que la capacidad intimidatoria de su nueva flota les sirviera de utilidad en cualquier caso. Anunciaron a los trikios que en adelante deberían compartir todos sus avances científicos con los iskurianos a cambio de no ser atacados por estos últimos. Si los trikios no cumplían ciertos objetivos científicos que fueran del interés de Iskur en ciertos plazos, serían invadidos.
Tras fuertes debates internos, los trikios decidieron defender su soberanía y no convertirse en lacayos de los iskurianos. Los iskurianos anunciaron que, a pesar de la poca rentabilidad del asalto, su capacidad intimidatoria se vería mermada si no cumplían su amenaza hacia los trikios, así que su flota puso rumbo a Trikilum.
Los trikios nos enviaron peticiones desesperadas para que compartiéramos con ellos cualquier tecnología que pudiera servirles para repeler el inminente ataque iskuriano. No obstante, el consejo de Viguray votó por no hacerlo: si nuestros secretos llegaban a los trikios, entonces éstos se verían obligados a revelárselos a su vez a los iskurianos si finalmente eran derrotados por ellos. No queríamos que algún día los iskurianos pudieran atacarnos con nuestra propia tecnología.
En cualquier caso, viendo el cariz de los acontecimientos entre nuestros más cercanos vecinos, nuestra sociedad viguriana redobló sus esfuerzos para desarrollar la tecnología que hiciera posible el viaje interestelar práctico, en la que los iskurianos nos habían ganado por la mano. También multiplicamos los fondos destinados al desarrollo de tecnología militar que nos pudiera dar una ventaja sobre los iskurianos en caso de entrar en guerra con ellos.
Finalmente, la flota iskuriana alcanzó Trikilum, tal y como habían amenazado años atrás. Conforme a los propios partes trikios, el poderío de aquella flota era colosal, tanto en tecnología como en tamaño. En apenas semanas, la señal trikia desapareció, y de aquella estrella solo se recibían los partes propagandísticos de los vencedores iskurianos. Los trikios habían sido aniquilados.
Aterrados, los zornios anunciaron que duplicarían su gasto en investigación militar y en defensa. Nosotros hicimos lo mismo en Viguray. Debíamos prepararnos para lo peor.
Un par de años después, los zornios nos anunciaron muy preocupados que ellos eran los siguientes. Conforme al ultimátum que les habían enviado los iskurianos, estos no estaban interesados en los minerales de su sistema, sino en obligar a dicho sistema a ser un lacayo científico de los iskurianos, tal y como intentaron antes con los trikios.
Para nuestra sorpresa, los zornios capitularon y aceptaron convertirse en lacayos de los zornios. En adelante deberían cumplir, en determinados plazos, el desarrollo de determinadas tecnologías encargadas por los iskurianos. Si los zornios no les enviaban toda la información necesaria para reproducirlas, serían invadidos y destruidos.
Finalmente, el momento fatídico llegó para nosotros. Una señal con el ultimátum iskuriano alcanzó nuestro planeta, Viguray. Como en las dos últimas ocasiones, los iskurianos no estaban interesados en recursos, sino en obtener un nuevo vasallo científico.
Nuestros militares midieron nuestras fuerzas y trataron de compararlas con las iskurianas, que conocíamos por aquellos partes de guerra, tanto de los invasores como, mucho más importante, de los invadidos.
Nuestros científicos trataron de estimar la probabilidad de que, en el tiempo que necesitarían los iskurianos para alcanzar nuestro sistema si no aceptábamos su ultimátum, pudiéramos desarrollar la tecnología necesaria para defendernos de aquellas fuerzas de invasión.
Entonces comprendimos que la probabilidad de que pudiéramos sobrevivir a aquellos invasores era remotísima.
Para humillación nuestra y de nuestros ancestros, capitulamos y nos convertimos en lacayos científicos de los iskurianos. Aquel día empezó el capítulo más triste de la historia de Viguray.
* * *
Quizás piensen que nuestra humillación se debió a convertirnos en lacayos de los iskurianos.
No, de ningún modo.
La verdadera humillación se debió a que, durante todos aquellos años, y también durante los quinientos siguientes, fuimos vilmente engañados por los iskurianos, los gornianos, los trikios y los zornios, que años atrás, cuando decidimos no intercambiar información con ellos por la creencia de que el viaje interestelar práctico era posible, intercambiaron entre ellos toda la información necesaria (historial de diálogos previos con nosotros, claves de autentificación, todo) para hacerse pasar unos por los otros en los mensajes que nos enviaban desde sus planetas, y de esta manera urdir una farsa que nos hiciera volver a compartir nuestros secretos con ellos.
Quinientos años después nos explicaron su farsa, aquella guerra de conquista que nunca existió, con la esperanza de que hubiéramos aprendido la lección.
Hoy en día, el viaje interestelar sigue siendo imposible para todos.
Originalmente publicado en Historias tras salir del Mundo Ciénaga
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