1634 - Somnium (Johannes Kepler)


Johannes Kepler fue concebido a las 4:37 horas del 16 de mayo de 1571, nació prematuramente el 27 de diciembre a las 14:30, tras un embarazo que duró 224 días, 9 horas y 53 minutos. Semejante precisión, que se desprende de sus propias cartas astrológicas, nos da una imagen de Kepler como hombre de grandes contrastes y contradicciones, algo habitual en los momentos de profundas transformaciones históricas. Se dice que Kepler provenía de una familia noble caída en desgracia, no sólo económica sino psicológica. La madre del astrónomo fue criada por una tía que acabaría quemada en la hoguera acusada de brujería. Ella misma, curandera, a punto estuvo de sufrir el mismo destino. Su padre, mercenario, se libró por poco de ir a galeras. Una ascendencia peculiar para quien sería no sólo una de las mentes más brillantes de la Revolución Científica, sino uno de sus especuladores más atrevidos.

En 1593, Kepler consiguió su primer trabajo: profesor de matemáticas en la localidad austríaca de Graz. Por desgracia, un cerebro privilegiado no es necesariamente compatible con el talento pedagógico. Su entusiasmo le conducía a frecuentes digresiones y divagaciones, a inventar nuevas palabras, internarse en complejos métodos para probar esto o aquello... que despistaban y aburrían a los asistentes a sus clases. En su primer año docente sólo tenía un puñado de estudiantes. El segundo, ninguno. Era el ejemplo perfecto de profesor de mente ausente y discurso ininteligible.

Mientras que Galileo ya era un científico en el sentido moderno, Kepler nunca llegó a distanciarse del misticismo propio del mundo medieval. A diferencia de Galileo, que carecía de lastres espirituales, Kepler —que había estudiado en su infancia en un seminario— estaba fascinado por las implicaciones mágicas de un universo centrado en el Sol. Y aunque era un entusiasta de la investigación y del descubrimiento científicos, sus libros sobre astronomía —en los que intentaba desvelar los secretos íntimos del cosmos— no dejaban de ser una amalgama de geometría, música, astrología, astronomía y ocultismo. Sus famosas Tres Leyes del Movimiento Planetario están enterradas bajo varias capas de elaborada fantasía. Y es que aunque cualquier libro básico de astronomía menciona dichas leyes, el verdadero espíritu del personaje, su auténtica esencia, nos lo proporciona el Somnium.

Desde el principio, la CF tuvo un matiz subversivo. Kepler estructuró Somnium como artificio narrativo que le permitiera presentar el modelo copernicano que tanto admiraba como si se tratara de un sueño. De esta forma, pudo evitar el ataque de los aristotélicos representantes de la Iglesia, ocultando sus posturas radicales bajo una apariencia de mitología clásica: un narrador anónimo nos cuenta que una noche, tras observar las estrellas y la Luna, se quedó dormido y soñó que leía un libro, la biografía de Duracotus, un hombre nacido en Islandia de una bruja llamada Fiolxhilda. Tras pasar algún tiempo en Europa trabajando con el famoso astrónomo danés Tycho Brahe (el propio Kepler, en su juventud, había sido su ayudante), Duracotus regresa a su isla nórdica para aprender de su madre los secretos de los demonios —que ella llama sapientissimi spiritus (los espíritus más sabios)— que viajan entre la Tierra y Levania (la Luna). De vez en cuando, estos demonios transportan seres humanos. La bruja invoca uno de estos espíritus y madre e hijo cubren sus cabezas con una sábana (tal y como exige el ritual) mientras uno de esos seres les habla sobre la auténtica naturaleza de la Luna. Casi todo el resto de Somnium consiste en las explicaciones de ese demonio.

Copérnico había colocado al Sol en el centro del universo. El propósito de Kepler era explorar este nuevo cosmos de mundos alienígenas desde un punto de vista alternativo: el de la Luna. Quería describir esa nueva astronomía no centrada en la Tierra desde la perspectiva de otro cuerpo celeste, realizando nuevas observaciones de los cielos y la misma Tierra. En este sentido, Somnium es un trabajo extraordinario, un viaje de descubrimiento del «nuevo» firmamento expuesto por Copérnico. Como libro de viajes imaginarios se inspira en historias de la antigua Grecia, como La Cara de la Luna de Plutarco o la sátira de Luciano Una historia verdadera. Pero en todo lo demás, la obra supone una ruptura con el mundo clásico.

El espíritu revela, en primer lugar, cómo su raza viaja aprovechando los eclipses lunares o solares, sirviéndose del cono de sombra que toca tanto a la Tierra como a la Luna. En su obra Astronomia Nova (Nueva Astronomía, 1609), Kepler se había aproximado al concepto de gravedad. En Somnium, la da por hecho. Con gran acierto, propone la existencia de zonas de gravedad cero «...porque, como tanto las fuerzas magnéticas de la Tierra y la Luna atraen al cuerpo y lo mantienen suspendido, el efecto resultante es como si ninguna de ellas lo atrajese». Va un paso más allá en la misma dirección asumiendo que hay mareas en la Luna debido a la atracción conjunta del Sol y la Tierra. Incluso apunta con acierto que la ruta más corta a la Luna no es la línea recta imaginada por Luciano o Plutarco, sino una trayectoria que, partiendo de la Tierra, interceptara en un momento dado la órbita del satélite. Adelantándose a Newton, Kepler introdujo también en Somnium el concepto de inercia, trasladándolo al espacio (la velocidad del vuelo lleva a los viajeros «casi enteramente por su exclusiva voluntad, por lo que finalmente sus cuerpos avanzan hacia su destino por su propia cuenta»); o los peligros del viaje lunar: aunque los demonios pueden llevar humanos con ellos, el trayecto es muy duro debido al frío y la dificultad de respirar (los demonios lo solucionan traspasando parte de su calor corporal al pasajero y colocando esponjas mojadas en su boca).

La comprensión del Sistema Copernicano de que hace gala Kepler es total. Aunque el viajero del libro llega a la Luna impulsado por espíritus, pasa inmediatamente a estar gobernado por las leyes de la física: la ciencia se sobrepone a la fantasía.

Una vez en la Luna, el demonio nos describe su geografía y su movimiento a través del espacio, explorando luego la superficie y sus habitantes. Es una Luna retratada con un detallismo copernicano: desde la salida del sol hasta el ocaso el día lunar dura dos semanas, al igual que la noche, a medida que el satélite gira alrededor de su eje una vez al mes. Como también le cuesta un mes ejecutar una órbita, la Luna siempre muestra la misma cara a la Tierra. Las criaturas selenitas conocen a la Tierra como «Volva» (de revolvere, girar). La mitad de la Luna vuelta hacia la Tierra la llaman «Subvolva», mientras que la cara oculta es «Privolva»; ambas caras tienen un año de doce días y doce noches.

Kepler no imagina utopía alguna para nuestro satélite. Todo lo contrario. Pensó acertadamente que existían diferencias mortales de temperatura entre las dos caras: días infernales y noches gélidas que condicionarían geografía y vida. Los estrellados cielos de la bóveda lunar son igualmente extraños. Sobre un fondo negro como el carbón, las estrellas, el Sol y los planetas van y vuelven sin cesar debido a la órbita que sigue la Luna alrededor de la Tierra. Esta cautivadora astronomía «lunar» que presenta Kepler mantendría su validez durante siglos antes de que otra obra de ficción pudiera siquiera acercarse.

En la propia superficie de la Luna, el panorama es igualmente desolador. Los extraterrestres de Kepler no son humanos, sino criaturas adaptadas a vivir en un entorno extremadamente hostil. Todos los organismos imaginados por Kepler tienen un tamaño monstruoso y se alimentan solamente de noche, porque hacerlo tras el amanecer es arriesgar la vida bajo el achicharrante sol. Doscientos años antes de Darwin, Kepler había entrevisto el lazo que une a las formas de vida y el hábitat en el que se desarrollan. Los privolvianos se llevan la peor parte. No hay consuelo en sus noches de nieve, hielo y vientos gélidos, ni siquiera el brillo del Sol reflejado por la Tierra, porque nunca llegan a ver nuestro planeta. Su día no es mejor: durante dos semanas, un Sol despiadado cuece el aire lunar hasta el punto de ser «quince veces más caliente que nuestra África». Los privolvianos no tienen «hogares fijos y seguros; viajan en hordas, atravesando en un solo día todo su mundo, siguiendo las aguas en retroceso a pie...o con alas o barcos». En el hemisferio subolviano, las noches son suavizadas por la luz y el calor reflejados por la Tierra, que cuelga inmóvil del cielo «como si estuviera clavada». Además, los subvolvianos disfrutan del gran espectáculo de ver «amanecer» y «ponerse» la gran esfera terrestre, quince veces más grande que la Luna.

Los nuevos mundos, conocidos a veces como novum, necesitan de un lenguaje diferente para ser comprendidos más allá de los meros datos. Las historias de ficción nos ayudan a descubrir aspectos de la ciencia al margen de revelaciones religiosas, aunando el talento creativo con el sentido crítico y la objetividad. Fue a partir de este momento cuando los científicos y los sabios (los primeros de entre ellos, los miembros de la prestigiosa Royal Society británica), decidieron adaptar su lenguaje a las nuevas exigencias de la ciencia: abandonaron las florituras gramaticales, las imágenes, exageraciones y digresiones, para recuperar una pureza y concisión perdidas.

Su mezcla de hechos y ensoñaciones es también característica de la ficción de Kepler, una ficción que le sirvió de refugio y desahogo en los más difíciles momentos de su vida: la muerte de tres de sus hijos y de su primera mujer, las persecuciones que sufrió a consecuencia de las guerras religiosas en Europa o el proceso de brujería a que fue sometida su madre. Kepler había trabajado intermitentemente en Somnium desde 1593, tan solo cincuenta años después de nacer el nuevo modelo copernicano, y ya se hallaba en imprenta en 1630 cuando el astrónomo falleció. Fue finalmente publicado por su hijo Ludwig en 1634.

Puede que entonces esta obra pasara por un romance fantástico, pero la gran cantidad de apéndices y notas nos sugiere que hay algo más. Uno de los apéndices contiene 223 notas, algunas bastante largas; el Apéndice Selenográfico incluye 65 notas, ya sean explicaciones que revelan la inspiración del autor a la hora de crear ciertos pasajes o bien datos detallados sobre la Luna, astronomía y cuestiones científicas de carácter general.

Precisamente uno de los principales problemas que el lector moderno se encuentra al abordar el Somnium es el tratar de reconciliar estos dos lenguajes: el uno, fantástico y estrambótico; el otro, científico y sobrio. Y, sin embargo, esa dialéctica entre la magia (brujas y demonios) y lo científico (la astronomía y mecánica celeste) es propia de la CF y el acierto de la obra reside en ser capaz de enlazar esos dos opuestos. Este principio estético se lleva a niveles profundos y sorprendentes. La nota 206 nos indica que la Luna tiene un cuarto del tamaño de la Tierra. Y esta proporción se traslada al propio texto, cuya primera parte tiene 3.800 palabras, mientras que las notas suman unas 15.000. O lo que es lo mismo, la longitud del texto del Somnium es un cuarto de la de sus notas. Éstas, más pesadas y científicas, adoptan el papel «terrestre», mientras que la parte más pequeña —la narración propiamente dicha—, más ligera y fantástica, corresponde a la Luna.

La bruja Fiolxhilda, invocadora de los demonios de Levania, es un personaje que merece la pena comentarse un poco más detalladamente. El propio Kepler vivió cerca del corazón geográfico y temporal de la quema de brujas que tuvo lugar en Europa. Entre 1560 y 1660 se condenó a unas 100.000 brujas, de las cuales 30.000 fueron alemanas, especialmente de aquellos territorios que cargaban con una historia religiosa plagada de enfrentamientos y problemas. El propio Kepler hubo de defender a su propia madre de cargos de brujería. Y aunque hoy podamos pensar que esta fascinación por lo demoniaco y la magia negra era algo irracional y contrario al espíritu científico, no era exactamente así. En lugar de interpretarse como discursos opuestos, «magia» y «ciencia» eran contemplados por los principales pensadores de la época como aspectos complementarios de una misma verdad. El mismo Kepler trabajó tanto como astrónomo como astrólogo y aunque pensaba a veces que la segunda disciplina era la hija «tonta» de la primera, para él ambas jugaban un papel en la comprensión de los cielos.

Los estudios de demonología se escribían con una escrupulosidad y detalle dignos de un tratado científico. Según aquéllos, los demonios —tal y como describía Kepler en Somnium— podían transportar físicamente a humanos de un sitio a otro. Marsilio Ficino (1433-1499) escribió un extenso estudio de las habilidades demoniacas en su De vita coelitus comparanda (1489), en el que distinguía dos significados para el término «demonio»: ángel guardián-demonio bueno o bien malvado-demonio malo. Los demonios, según él, eran principalmente planetarios, aunque los había también elementales y celestiales (estos últimos carecían de cuerpo); existían demonios malos, de un estatus inferior, con cuerpos etéreos, que infectaban los pensamientos y almas de los hombres. Más tarde, a mediados del siglo XVI, Cardano, en De rerum varietate, restringió la actividad demoniaca a los cielos. Los planetas superiores (de acuerdo con el modelo ptolemaico) eran puros, inmutables y participados por la esencia divina, pero la Luna y las áreas inferiores eran mutables y corruptibles, campo de operaciones perfecto para los demonios malvados.

Siguiendo las directrices de Cardano, Kepler limitó el hábitat de sus demonios a las regiones aéreas entre la Tierra y la Luna y estableció una interacción muy limitada con los humanos. Tal perspectiva trata de establecer una zona intermedia entre lo mágico y lo científico. La ciencia ficción trataba de liberarse de su antecesora, la fantasía mágico-religiosa.

Somnium marcó un antes y un después: el final del mundo antiguo y la llegada de la nueva ciencia. Kepler creía que era científicamente posible que el hombre visitara la Luna y eso era lo que le distinguía de otros escritores utópicos anteriores a él. Sus hipótesis sobre la vida extraterrestre abrieron la mente de los lectores a posibilidades desconocidas hasta entonces, arrojando nueva luz tanto sobre nuestro propio mundo como sobre nuestros vecinos en el Sistema Solar. Fue la primera ficción espacial científica y, tras él, otros autores próximos en el tiempo como Francis Godwin o Jonathan Swift, volverían sobre el viaje espacial como marco narrativo de historias en las que satirizar sobre la insignificancia del hombre.

La influencia de Somnium fue enorme, inspirando directa o indirectamente otros viajes interplanetarios a autores posteriores como John Wilkins, Henry More, H.G.Wells o Arthur C.Clarke. Kepler fue el pionero de una nueva visión del espacio exterior como hogar de una pluralidad de mundos habitados. No hay mejor testimonio que este del poder evocador de la ciencia ficción: a pesar de las minúsculas probabilidades que existen de que podamos detectar la existencia de vida extraterrestre, en el siglo XX se han gastado billones de dólares en proyectos científicos serios de búsqueda de vida alienígena (por no hablar de la fiebre OVNI y los océanos de tinta que ocupó). Aquella búsqueda comenzó con Kepler.

Originalmente publicado en Un universo de Ciencia Ficción

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